Salieron en sus
caballos a perseguir a los beduinos, asentados en el valle del hebrón, siempre
esperando peregrinos para el asalto. Y si había peregrinas, mejor. Si
pudieramos violar hoy una niña… una cristiana con el culo recién formado, que
es el momento a partir del cual la cadera se prepara a recibir la carne humana.
Al menos los beduinos
somos así, dijeron, porque la mujer es la forma de dios.
En la huída, un
beduino se asentó en la montaña.
Los cruzados habían
tomado la villa y hacían lo mismo con las niñas de los beduinos, porque decían:
La misma ley de Abrahán es la de Bizancio.
En la montaña, el
beduino se encontró con un griego amante y filosofante de Cristo. Los griegos
estaban un poco separados de los cruzados de europa y Bizancio. Aún así, ambos
agarraron una roca y cuando pensaban cada uno en la defensa de sí mismo, las
rocas se convirtieron en agua. Y pronto pensaron en el maná. Tomaron rocas y
llenaron sus envases.
Cuando se disponían a
marchar, cada uno por su lado, apareció un espino prendido fuego. ¡Zarza!,
gritaron. No sólo quema, también corta, ninguno la puede llevar. Vamos a tener
que quedarnos a escuchar.
Al otro día, se cerró
el cielo con nubes y en la penumbra creciente, anocheció. Entrada la noche,
hartos de convertir rocas en agua, se abrieron las nubes en un hueco y dejaron
ver una estrella. Como un granizo que venía desde ese agujero, con una ráfaga
hedionda y fría que voló las vestimentas, una voz de estruendo, que duró lo que
un rayo, dijo: ¡Me cansé, ya no vengo más, anuncien esto a los pueblos!
Sin embargo, luego de
la muerte de Juana de Arco, vino Gilles de Rais. Violaba y degollaba cuando
aparecieron Margarita y Catalina de Alejandría. Enseguida, Rais comprendió que
eran las mismas que se le aparecían a Juana, por la transparente incidencia de
la luz, y por salir de la nada. Colgó el orbe de la nada. Agarró con su mano el
garrote y dijo: ¿Por qué no?
Gilles de Rais violó
dos ángeles, o eso al menos pensó, como consta en sus memorias. Pero todo como
si fuera una entrega de dios: Catalina se desprendía los botones y enseñaba sus
senos, la otra santa se metía el nabo de Gilles en la boca. Los ángeles se
entregaron completos al hombre y desaparecieron en la misma espesura de la
nada.
Gilles estuvo tirado
en el piso dos días. Cuando se levantó, se fue a vivir a Jerusalén; a decir que
la apariencia divina es la mujer.
Esta historia
universal iba a ser editada en el 2002, en doce volúmenes, por la editorial
Janneo, pero debido a que el autor, Don Federico Cabral, no quiso ceder ante la
demanda de la editorial, a saber: que en un libro de historia no podía figurar
la palabra culo, nunca se editó.