sábado, 18 de febrero de 2012

J. L. B.


Repasaba el tomo décimo de la Enciclopedia Británica. Las letras se tornaron borrosas y pensó que tenía sueño. Luego comprendería que, de tanto leer, había quedado ciego.
El hombre siempre tiende a buscarle explicaciones a todo. Imaginó conjuras de entidades desconocidas: tal vez un mago de Ukbar, un sueño de Chuang Tzu, la manía de los espejos, que ahora le estaban vedados. Se preguntó si lo seguirían reproduciendo.
La voluntad creadora, a la larga, siempre logra lo que persigue… aunque no sea real. Así, concluyó que el afán por los laberintos lo había conducido a dar con el más perfecto: sin paredes, sin senderos, solamente oscuridad. Y una única, singular, salida. Diga usted cuál.

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