domingo, 31 de marzo de 2013

La niebla


Hay niebla. Quedó la humedad del llanto. Espero que hoy se termine el frente frío. No sé qué soñé. Un pueblo que era una familia. Lleno de hermanos y hermanas que se miraban y se celaban. Dios piensa en lo grande que se le hizo el mundo.
Jonás le dice: No podemos ni siquiera saber si la meditación o la equitación hacen bien o si hacen mal. Porque hacen bien en algunas cosas y mal en otras. A tal punto que la dualidad se hace una. Y lo uno se hace dos. El bien y el mal son el todo; el todo, es el bien y el mal.
Alub se apoyó en el sauce para decir:
Si hablamos de todo, hablamos de todo. El más sintético decir. Sin metáforas ni detalles innecesarios. Salvo uno: lo único que no es parte del todo: la nada. Donde no es el bien, ni es el mal. Donde no existe el todo, donde todo no existe.
Un título vale para aplicar a la nada: más allá del bien y del mal.
Tratamos de buscar algo que nos contenga, y tendríamos que hablar de algo que es ajeno, ni siquiera contenido, ni siquiera tocado. Algo que no conocemos.
Deberíamos callar.

Vino Silva



Vino Silva a arreglar el techo, el otro día. Le invité un café y nos sentamos. Hablaba de su hijo. Que estaba rebelde. Que nada más quería lo mejor para él. Que fuera albañil o plomero o electricista, lo que él quisiera, pero que un oficio no se lo iba a quitar nadie. El hombre es de Chile. Separado de su mujer, vino a Argentina. Para entonces era alcohólico. Juntó materiales de demolición, unas maderas, unas chapas, y pasaba las noches en el barrio del cerro, La gloria. En un momento dijo que no tenía ropa interior. Le pregunté si ya para entonces trabajaba como techista y dijo que hacía trabajos para un hombre Gesel. Trabajaba 15 días y después pasaba los otros quince del mes dado vuelta. Nunca tomaba en su casa, se iba a lo de un amigo e invitaba. No tomaba en la calle ni hacía vandalismo. Se le hinchaba la cara y el cuerpo y no sabía quién era. Puso sus manos en la cabeza para expresar mejor el cerebro hinchado. Al otro día tenía sed y apagaba todo con la botella. Le daba vergüenza que lo vieran. Pasó días en prisión porque un día se equivocó de lugar y entró en otra casa. Los dueños aseguraron que había venido a robar.
El día que se cayó del techo, vio la luz. Su lengua no volvió a conocer el sabor del alcohol.

El profeta que no deja ver


Estuvo toda la mañana leyendo a Milton, El paraíso perdido. Después del almuerzo, estuvo leyendo a Milton. A la noche, seguía con Milton. Nunca supo si fue dios o Milton el que le vino con lo de la profecía. Podría haber sido cualquiera: ninguno tenía cara para él. Nunca había visto a dios, nunca había visto un retrato de Milton.
Tampoco supo si soñaba o estaba despierto. El aparecido citó a Arquíloco al empezar: “En la vida impera la alternancia.” Estuvieron de acuerdo en que no existe lo absoluto ni las formas platónicas.
Finalmente, el fantasma dijo que ahora tenía que decidir entre los libros y el olvido, o la noche y la fama. Al hombre se le empezaba a cerrar medio ojo. Pensó: la elección es conocida antes por el cuerpo que por el verbo.
Con un poco de sorna o vanidad, Borges dijo: La decisión ya fue tomada por Aquiles, no está en mí cambiarla. El profeta dijo: Había que preguntar.
Ese año se agravó mucho la ceguera. Era el 55 o el 56.
Más tarde, perdió la posibilidad de leer; pero su memoria le enseñó a recordar.
En sus postrimeros años, reconoció haber sido feliz; arrepentido de alguna vez haber dicho que no lo había sido. Se volvió un poco insoportable con el tema de los tigres o los espejos, pero se cumplió lo que había escrito: la noche y la fama.

Otra noción de la escritura



Nos ponemos muy sensibles. ¿Y? Y una parte de nosotros se opone al depresivo: Un frizo, un budín de humo. El recelo en persona. El saciable filo en la garganta. El frío nebuloso de la mirada. Ayer, conté los días. Me cubrí de los pasados. Para que no me golpearan. En cuatro días, veré qué hago. El que no ha dado todo no ha dado nada.
Es inevitablemente cierto que la literatura –la nuestra- es una extraña forma de psicología. La realidad, se hace carne después de las conversaciones, los pétalos. A veces, se trata del cigarrillo o del mate; otras veces, mirar por la ventana. Formas en que la mirada pasa del teclado a la mano, para recordarnos que también esta el mundo.
La mano que tiene que estrujarlo todo, incluso los billetes. El mundo mucho más aburrido, pero mucho más real. El mundo externo cuya responsabilidad el interno no tiene. La justicia divina es la más tenebrosa que hay. En la tierra, se la reclama. En las sesiones, se trata de conocerla. Se la increpa, se la cuestiona, se la amenaza, se la desafía.
Ya fue dicho que dios, o los dioses, están dentro de cada uno. El que los visita demasiado es declarado sensible, o tarado. ¿Qué se hace con los que no viven para afuera?, ¿por qué el hombre rescata una sola parte de lo enseñado? Jesús podría haber sido carpintero; Sidharta, príncipe. Sócrates, instructor. Está claro, por otra parte, que, en la deprimente e innegable lógica de la vida, si todos fueran como Jesús, o como Sidharta, o como Sócrates, el mundo sería un caos. Pero al menos festejaron la diversidad, nunca la condenaron; mientras que ellos fueron condenados. El que no ha dado todo no ha dado nada.
Algún día vamos a servir en la realidad. De alguna manera lo hacemos cada día. Galileo siempre habrá dicho: eppur, si muove (sin embargo, se mueve). Con la condena, se tuvieron que callar, y hablaron más que cualquiera. Jesús tuvo el nuevo testamento; Sócrates, la obra completa de Platón. Aunque nunca vayamos a ser Jesús, ni nunca vayamos a ser Sócrates, ¿por qué está mal la intención de imitarlos? Galileo abjuró de sus teorías ante la inquisición. Nunca dejó de pensarlas. Eligió escucharse a sí mismo, aún cuando nadie más lo escuchára. Es hacer lo mismo. El que no ha dado todo no ha dado nada.
Una parte de la literatura debería entenderse según la ley de los manifiestos. Un reflejo más fiel que encuadrarla en el órden de las reflexiones, los relatos, los poemas. Algo que le sucedió a Borges, que en varias oportunidades definió su literatura como notas, o como borradores. Éste, no deja de ser un manifiesto: la literatura experimental, siendo uno mismo (por tanto todos) el objeto de estudio. Pero, la razón de los manifiestos no es más que la justificación de las características que ese objeto supone. Siempre, en los juicios, hay interés, por más inconcebible que sea. De esa forma, uno crea. Un poco como la voluntad según la quiso ver Shopenhauer. Una defensa de la existencia del objeto, el hombre. La quiso ver. Y bastó. El que no ha dado todo no ha dado nada.





El día de la bestia.



Madame de Staël dijo que la comprensión es el perdón. Dostoievski podía justificar (comprender) a todos. Así, era capaz de perdonar a cualquiera. ¿No debería dios hacer lo mismo? Vamos a ver que el infierno no existe y que, sin embargo, el cristiano de la Comedia se nutre.
La vida sigue siendo la misma bola de nieve que baja de los alpes, y que nunca llega al llano, ni al noveno círculo de Dante, estancia de Virgilio, ni a la nada del paraíso. Todo es metáfora. Se puede hablar desde el infierno como se puede ver hacia el cielo, o subir una escalera y no bajar. ¿Siempre hay que ascender? ¡¿Por qué?! Algunos quieren bajar. Si todo es metáfora, es porque todo aquello está en todos nosotros. Orfeo, Ulises, Aquiles, Virgilio, Dante, Ciorán. Eneas y su padre. Lucrecio, Almafuerte. Edgar Allan Poe. La metáfora del Buda es quizás más dramática, porque su infierno, su lugar bajo, está en la tierra, y hay que elevarse.
En la Escritura, que parece anclada en la actualidad después de un proceso de más de 3000 años, nadie baja al infierno. Ni Jesús ni Salomón ni Job. Con el cristianismo de Dante –desde el siglo XIV- el infierno pasa a ser una amenaza terrible, como el cielo recompensa inberbe (recordemos aquí que la manzana es sabiduría y que las ovejas no hacen preguntas). Todo es postrímero. Dios está muy lejos, se desgarra al bien y al mal de la vida. Hoy, los que predican una fe se la pasan diciendo que dios está acá, en cada uno, porque sienten y padecen su ausencia. Es como una negación patológica, como decir que uno es cuerdo cuando es loco. Y todo viene del dolor de ese desgarro, de la pérdida de dios que significa la religión católica. La religiosidad de hoy tiene a dios tan lejano y ausente que un predicador del siglo XX como Alub, imbuído de teosofía, terminó postulando que dios era la nada.
Los diabólicos como Ciorán que bajan al infierno no tienen temor de dios ni del cielo. Porque es él y en él vive. A Ciorán le place beber de lo bajo porque la suciedad no lo alcanza a dañar. Y no hace falta dañar a alguien para conocer el Hades.
Satanás se hizo carne entre nosotros con Jesús. Dios se había presentado a Abraham. Ya para entonces, se sabía mítica la serpiente que dio la manzana. En el nuevo testamento, Satanás puede estar en un hombre y meterse en una piara de cerdos. Antes de Jesús, lo que hoy se entiende por castigo infernal era nada más que castigo de dios, ira divina, destrucción de Sodoma, diluvio universal. La desafortunada cercanía y personificación del mal (siempre hablando de las metáforas de turno) proviene de esta religiosidad que nos aqueja, posterior al antiguo testamento. Es imposible de cambiarla, pero la mística podría ser mucho más alegre o divertida, como tenían los griegos.
Solamente queremos dejar establecido que se puede ser feliz echando ojeadas al mal, a lo bajo, al descenso, al fracaso; la tristeza: Simplemente no lo haríamos si no nos causara felicidad hacerlo. Dante fue feliz escribiendo el infierno y fue feliz Ciorán escribiendo desde él. Porque de esta manera y solamente de esta manera se comprende que el infierno no existe y que todo es bueno si uno lo quiere. Y que todos son perdonados, como quería Dostoievski. Y que todos somos dios, no importa lo que hagamos, o la religión que profesemos. Porque todo es una simple metáfora expresada en infinitas formas.
El más puro maniqueísmo infiere solamente la existencia del bien y del mal. Sin metáforas, no hacen falta otros nombres.
Shaw dijo que dios es un proceso, god is in the making. Kafka escribió un proceso según el cual el juicio es un imposible, lo mismo que es imposible conocer lo que viene después, en tanto no se puede entrar al castillo. El castillo es el conocimiento. La metáfora viene de la Eneida: Virgilio entra a la cueva de la Sibila pero cada vez que se abre la puerta el viento desordena todos los papeles. Spinoza estaba tan confundido que queriendo demostrar a dios terminó demostrando la imposibilidad de demostrar a dios. La cábala plantea que dios no tiene la más pálida idea de quiénes somos. Marcos escribió que el que quiera salvar su vida la perderá. Acaso Dante no quería salvarla sino quedarse con Homero y Lucano, hablando para siempre de literatura. Acaso ese purgatorio fuera su verdadero paraíso.
Dante imaginó o soñó la comedia para ver a dónde colocaba a Beatriz y para determinar si iba a estar con ella o no. La encuentra en el paraíso, pero no podrá estar con ella para siempre. ¿Esto es así? En realidad, no sé, no leí la comedia. Pero estimo que si se llama comedia y se llama divina es porque en el fondo, decir una verdad sobre lo que no se conoce no es más que una ironía. 

lunes, 11 de marzo de 2013

Detalles extradogmátizados y causales



Lo que uno del par no soluciona con la razón, lo soluciona con el llanto;
mientras que la otra parte no soluciona con el llanto
lo que tampoco soluciona con la razón. Y viceversa.
Al final, nunca se soluciona algo.
En la balanza de la diosa justicia, a veces,
un plato tiene el cerebro y el otro el corazón,
y vienen a pesar exactamente lo mismo.
Las cosas no tienen solución. Son como la Biblia:
te digo pero no te digo, digo que hay pero que no existe,
digo que muero pero que vivo; como el yin y el yan.
Lo que es y no es, son la misma cosa.
La verdad es tan incierta como la mentira.
La verdad no puede conocerse, en cuanto su esencia
es poseer siempre a lo uno y a lo opuesto.
Este es el gran dilema humano.
La perdición: que todo sea verdadero y que a su vez nada lo sea.
Poder justificarse y al mismo tiempo condenarse.
Conocerse y al mismo tiempo ignorarse.
Creer en dios y al mismo tiempo tener miedo a la muerte.
Es lo más insólito que podría plantearse:
Tener fe en un dios absoluto, perfecto; y temerle… o no tener fe.
De lo contrario, la muerte debería ser la máxima alegría,
el máximo deseo.
“Que envidia, murió.”
Lo absurda que es la vida humana.
Y lo absurda que sería.


domingo, 10 de marzo de 2013

Principio de certidumbre


En realidad, es el principio de una paradójica certidumbre, pero certidumbre. No nos consideramos sobresalientes en nada, salvo en todo lo que hacemos, en tanto sobresalir en algo, sólo consiste en disfrutarlo. Jamás se piense lo contrario, porque sería como decir que la felicidad es secundaria. Borges también lo expresa, en otra forma, quizás no siendo sincero: He cometido el peor de los pecados: no fui feliz. Ser feliz es lo primero. Si dios es amor, el primer mandamiento no sería amarlo por sobre todas las cosas, sino ser feliz. Sin duda, en algun manual de teología significan la misma cosa, son sinónimos. Amar a dios es ser feliz, y ser feliz es amar a dios. Es como decir: si no amas, no sos feliz; si sos feliz es porque amás. Causa y consecuencia lógicas, pero no comprobables por la razón. O todo es hipálage: el feliz principio: Sean felices en lo que hacen y no en lo que tienen o ganan.
Se sabe que la felicidad está atada al tiempo. La felicidad va y viene. Su ausencia es colmada por la angustia, o la tristeza, o la infamia de ser una larva. No importa. Si con Buda y Alub logramos perder el tiempo, deshacernos de él, la vida puede ser un sólo y minúsculo instante eterno de pura felicidad, o de pura angustia; depende de cada uno. No es que lo hayamos hecho, pero al menos lo intentamos. ¿Cómo? Sin preocuparnos por el ayer, sin preocuparnos por el mañana. Convenciendo al alma de que el tiempo no es fugaz, como dice Octavio Paz en su poesía de los chopos, sino falaz, como dicen los números: cada instante es eterno porque ni la angustia ni la felicidad tienen magnitud.


In sueño



Ayer no me podía dormir y pensaba muchas cosas. Entre ellas, hacer un laberinto de planchuelas de hierro que se pudiera colgar en la pared. Imaginé que el laberinto más complicado de sortear no tiene paredes: es el inmenso desierto. Pensé en lo que dijo Borges: Bastan dos espejos para construir un laberinto. Pensé una escalera que se va agrandando y sube en círculos y termina en la nada. Pensé que podía escribir una palabra para cada palabra de la Biblia y que así tendría el Otro libro. Pensé que hoy a la mañana iba a escribir lo que pensaba. Pensé en lo que siempre soñé: una hormiga que me aplasta. Imaginé que si Funes podía recordarlo todo, entonces podría haber resuelto los enigmas del sueño. Pensé en un bosque. Quizás era aquel inmenso bosque donde construí una casa, en una estancia del moro, en Lobería. El barbudo que venía a visitarme tenía una sabiduría desconocida. No puedo decir cuál era, estaba en sus ojos, en su agonía, pero nunca me la dijo, nunca la ví, nunca pude descubrirla. Miraba el arrollo y simplemente dejaba pasar el tiempo. Escuchaba el monte y sentía que por detrás venía otro barbudo que era tenebroso como dios, la muerte y el mal. Sus ojos, su barba, su tristeza, llegaban hasta él desde la oscuridad. El viento blandía las copas, y hacía caer el golpe seco de una rama contra el suelo, ruido que lo hacía girar y ver todo su odio, todo el horror de su ser en el abismo. Su propio infierno. Yo construía una casa cuando no intentaba verlo, mirando el arrollo. Cortaba los paraísos golpeando con el hacha. Hastiaba los huesos y las intersecciones hasta que ardiera la carne, hasta que mi cuerpo pudiera descansar en paz. Pensé que era necesaria la hoguera, para poder descansar, para dejar caer el cuerpo, que impide soñar al alma. O volar.
Descubrí, en un sueño, que el tero es el animal más representativo del costado siniestro del mal. No lo supe en ese momento, ahora sí. Lo habrá intuído también algún egipcio. Agazapado en su mirada atenta, siempre a punto de gritar, la mancha negra que le oculta la cara, su manía de controlar absolutamente todo. Después, escuché una canción llamada Bulgaria. La musica divergía entre mi cuello y me contorsionaba como la calamidad. Me hundí los ojos con las palmas de mis manos. Traté de saber o ver lo que estaba haciendo. No lo sabía. Creo que sólo escuchaba y dejaba que el tiempo pase, como el agua en el arrollo que miraba el barbudo, igual que yo, tratando de saber lo que él sabía. Luego, me dormía.

Una de las siete noches




Quieren vernos muertos. Hay una energía contra la que hay que luchar.
Van dejando rastros de humo. No se atreven a mirar.
El día que cerrando los ojos la descubro, intenta desviar mi atención en la divinidad.
Se ha dicho que el mal es ausencia de bien, y lo mismo valdría decir que el bien es ausencia de mal.
Yo dije una vez, en un cuento, hace mucho tiempo: si dios es absolutamente perfecto y por ende absolutamente justo, no podría evitar el libre albedrío. La vida es donde se nos da a conocer. Después, en base a lo que se conoció, simplemente se decide entre el ser y la nada. Se elije lo que nos parece belleza, lo que nos da alegría. Se elije la pasión y se elije el bien.
Fue hace mucho tiempo, ahora no sé qué tan de acuerdo estoy con esa teoría. Quizás ahora estoy más con la literatura de Job, a quién dios le pregunta: ¿Qué tengo yo que ver con tus males?
Los ascetas del hebrón alguna vez pensaron que cuanto uno más indaga el mal, menos lo comete, y va ascendiendo en su conocimiento en una forma similar a la del budismo.
Se dijo que atribuírle responsabilidad a dios, es como atribuírle manos, cara, pies.
Uno se pregunta, en el llanto y en la máxima angustia: ¿para qué nos sirve dios entonces?
Recémosle más bien a la alegría o a la lluvia, al sol, a Venus o a Jesús, al yo, al hombre. Al prójimo, que es lo mismo que el lejano.
Los griegos tenían muchos dioses. La cábala según Borges –con algo de Ireneo y algo de Sholem- tiene una cantidad de dioses que tiende al infinito. El más cercano posee una cantidad de divinidad que tiende a cero. Es torpe, por así decirlo, y es nuestro creador.
Si dios es perfecto, y motor de todo, realmente no tiene nada que ver con nosotros.
¿Por qué ya no creemos en dios?
Tanta imposibilidad, tanta incomprensión, tanta ingenuidad que todo, absolutamente todo, hasta dios y yo, es una sóla y misma cosa que lo quiere todo así. Usted lo quiere, yo lo quiero, dios lo quiere. No hay opuestos. Hay una sola cosa. La voluntad de Shopenhauer, tal vez; Berkeley, sin duda.
Por último, Borges cita a Bernard Shaw, que habría estado más o menos de acuerdo con el budismo y la filosofía de Hume: God is in the making. Dios se está haciendo.
Salí de la sala lleno de escrupulos. El teatro Coliseo era terrible. Inundado de fantasmas que desperdigaba la memoria del maestro. Arrastré los pasos hasta la escalera, vomité.

Noticia de San Luis







“Cada vez que considero
que me tengo que morir,
tiendo una capa en el suelo
y no me harto de dormir”.

Una vez me preguntaron: Por qué Dostoievski. Recién hoy me doy cuenta por qué: amar al hombre como hombre, es un dolor, porque el dolor está hecho de pena y de felicidad. La realidad es constante alteración, por lo tanto, indefinible; y así todo, no se cansó de narrarla. Dostoievski amó al hombre y murió por ellos en la escritura, Jesús amó al hombre y murió por ellos en la cruz (según la escritura), yo amo al hombre y quise morir por ellos en San Luis. Me llamo Israel. Así le llamaban a Jacob, que no tiene absolutamente nada que ver conmigo. A lo sumo, deberían haberme llamado Job, o Jeremías.
Al igual que Borges, en algún momento de mi vida tuve insomnio. Creo que eso nos hace pensadores. Al parecer, él siguió pensando hasta los ochenta y seis años. Yo ya no pienso. Y tengo cuarenta y cuatro. Tampoco tengo insomnio. Pero cuando lo tuve, pensé, como tantos otros, o quizás todos, lo que significa estar vivo cuando uno quiere estar muerto, en tanto estar despierto es lo mismo que vivir, y estar muerto lo mismo que dormir. Vivir despierto, dormir muerto. Palabras, palabras, dice Hamlet a Polonio.
Releo los párrafos anteriores y considero que son pasmosos y soñolientos, absurdos aún en la abstracción, pero que quieren tener relación con lo que voy a contar, como asiento de sus vínculos con la muerte, y con Guayaquil, en El informe de Brodie, que así empieza.
Al final, no pasó nada (absolutamente nada, por eso lo cuento), pero de haber sucedido lo que buscaba, hubiera sido lo más importante que me podría haber pasado. Quizás después del nacimiento.
El amigo Maleza fue quien me presentó al doctor Mezcal. El doctor Mezcal fue el que me dijo que si iba a San Luis, encontraría la muerte, que me buscaba allí; que si la encontraba… la encontraría.
Poco importan las circunstancias, pero si no las dijera, en vez de narrador sería historiador, como Avellanos.
Maleza era entonces cónsul en la embajada de Irán. Viajaba seguido, por lo que no lo veía mucho, pero cuando nos citábamos, lo hacíamos con  suficiente tiempo para conversar. Nos unía la política y, según mi título afama, soy agregado cultural de la asociación hebrea argentina, si es que existe. Lo conocí en un Congreso en la Universidad de Berkeley. Maleza fue quien me contó –esto lo recordaría después de los hechos- la historia de Salomón y la muerte. No pocas veces me consultaba acerca de la cábala judía. No me hace falta aclarar, llegado a este punto, que el hombre no hacía caso al escepticismo o al positivismo.
Sucedió que Mezcal nos encontró casualmente en el café Val de Siberia, calle Chile y República de Siria (si es que se intersectan). Saludó a Maleza y luego Maleza nos presentó. Apenas terminada la formalidad, largó la frase. “Si va a San Luis encontrará la muerte.”
Luego quedó con Maleza para verse en el transcurso del mes (agosto), saludó y se fue.
Creo que no pregunté nada porque no tuve tiempo, pero quizás haya sido porque no había nada que preguntar.
No tenía compromisos en San Luis, pero le pedí a un conocido que me dejara ir a pasar unos días a su campo, en Nueva Galia. No creo que haga falta explicar el porqué. Además, no lo sé. Quizás fuera para demostrar que mi orgullo era correcto. Estar en lo correcto es siempre una cuestión de vida o muerte. Al menos me gusta pensar que era sólo eso, probablemente para alejar de mí la idea de que la vida no valga la pena. 
Como dije al principio, en San Luis no pasó absolutamente nada.
Al volver a Buenos Aires, encontré una nota de Ricardo Maleza de viaje en Indochina. Lo llamé. Dijo: “¡Es muy extraño, Israel!: Un hombre me frenó en la calle y me preguntó dónde estabas. Pensé que lo mejor era no darle ninguna información, así que le dije: Por qué me pregunta a mí, no lo conozco. El hombre dijo que todos éramos amigos del doctor Mezcal. Se estaba yendo cuando dijo, sin mirarme: le siège est fait. La idea no cambiaría de forma.”
Hoy, no sé si Mezcal mintió para salvarme o si en verdad buscaba que me quedara en Buenos Aires. Tampoco sé si se equivocó. Ni siquiera sé si se trató todo de una mentira nefasta, confabulada entre dos personas enfermas. Nunca indagué. De hecho, nunca más lo vi ni quise verlo. Tampoco volví a ver a Ricardo Maleza. Me había sepultado.

Resonancias

No sé lo que esa palabra pueda llegar a significar; lo de Mezcal me sonaba en la cabeza, pero también, por aquella época, tenía que hacerme una resonancia. Evidentemente, no dejaba de preguntarme qué hubiera pasado de haberme quedado en Buenos Aires en vez de haber ido a Nueva Galia. Primera resonancia. Algo parecido le pasaba a Jesús en la cruz: ¿Qué hubiera pasado de mantenerme lejos de Jerusalén? Antes o después de preguntarle a dios por qué lo había abandonado, lo tiene que haber pensado. Así lo vió Scorsese, y no tiene menos posibilidades de haber sido así que de cualquier otra forma (Jesús sabía que iba a morir, la pregunta es demasiado retórica, es otra posibilidad igual de viable). Porque está claro que lo del jardín con Magdalena es una imagen o una serie de imágenes, de lo que podría haber imaginado el nazareno, ¡ya dejen de decir que fue de Belén! Pero a la religión –al arte- no le importa un comino la coherencia o la historia. A veces. No siempre. Hay casos, como la École Biblique o la revista CBQ. La cosa es que si Jesús no subía la montaña, hubiera muerto igual; al igual que yo, que fui a San Luis y voy a morir igual. Porque hay una muerte para cada uno, y acecha. Pero si fuera así, me pregunto, ¿sería tan impensablemente torpe? Entonces, no sabía si era todo una mentira y me volcaba a la ciencia: La muerte es algo natural, o totalmente azaroso; Mezcal, un salame. Por qué no lo buscaba y lo apuraba con dos o tres preguntas, que no se necesita más para ser el padre Brown. No voy a admitir que tenía miedo, pero admito que es probable: en la inconsciencia, siempre es posible disfrazar la verdad: Si temía, no lo sabía.


Maleza conocía al señor Mezcal a raíz del mismo interés, la muerte, o la mística que hacen algunos hombres de la muerte.

El cacique Icano



Ir a toda velocidad sobre el lomo del caballo, el viento y la tierra. En el golpeteo y la dureza y las piernas afirmadas entre los cueros. El avestruz o la liebre quiebran la carrera. Desde el indio, se dobla antes en el espacio, queda el vientre. La lanza ya se balanceaba en su mano. La arroja. Le atraviesa el cuerpo. El freno y el salto. Eso, contra estar sentado en una oficina e ir al supermercado. ¡Cuánta adrenalina nos falta, por Alub, Hércules, y los Aucas!





domingo, 3 de marzo de 2013

Las rosas, la memoria.



the fucking regrets.
(Magnolia)

Toda mi vida voy a estar arrepentido de no haber conseguido un traje y de cancelar ese viaje, que era un casamiento.
Toda mi vida arrepentido de pensar y pensar mientras ella me hacía masajes. El tiempo, valioso y también diáfano, se fue con la mujer.
Toda mi vida voy a recordar a Betania, que tenía algo de mamá.
Lo dijo Goethe, lo recuperé de Borges: Lo cercano se aleja.
Toda mi vida voy a sufrir el recuerdo de su aroma en mi hombro, mientras terminaba de pasar la noche.
Quizás haber sorteado una mariposa, para que no se pusiera en mí.
Todas mujeres que imaginé inalcanzables. Todas situaciones que ahora me parecen tan posibles, y ahora ya no.
El sufrimiento, se sabe, es como el agua, o el oxígeno.
Algún día tal vez me arrepienta de arrepentirme ahora, ¿cómo puede uno perderse de amar a todas las mujeres? Amar. Conocer a la mujer, a esa que duerme a tu lado. Eso que dice también Horacio.
Escritura debería significar: hacer a un lado.
Liberar, como en el llanto.
¿Hace falta aclarar que se llora de felicidad,
y que se llora de tristeza?
Una metáfora tan común como la cruz,
como el río,
como los ojos y las estrellas.
Dejar a un lado los remordimientos en el olvido: los papeles.

Pasaje encontrado en callejón



Una paloma gorda pasaba por enfrente. Venía a escuchar, no a leer.
Hizo una misma pregunta tres veces:
Soy el que bebe, después tritura, y después vuelve a beber. Soy el que no camina, camina, y después deja de caminar. Soy el que no es, el que es, y el que deja de ser.
Alub dijo el hombre, y la paloma dijo que el hombre estaba bien, que lo dejára en paz. Después dijo: No sos más que un condenado al silencio. Hablás, pero nadie te escucha. Lo sabés, pero no podés dejar de hablar. No necesitas, pero suplicas.
Entonces, Alub predicó su propia justificación: Las duras ideas que me viven; las que desatan y desordenan lo que estaba unido y era una sola cosa, un solo sentimiento; el corazón que no es comprensible a la mente, uno lo entiende y se lamenta, pero no se conoce; y menos lo conocen los demás.
La paloma dijo: Sos aquel que aleja a las personas de su lado. ¿Cómo las querés entonces cerca?
¿No es Alub el que insinúa que las semillas de cicuta son el mezcal y el mezcal, las semillas de cicuta?
Pero Alub engañaba a todos. Y su doctrina murió en la nada. Se engañó a sí mismo, en tanto no sabía. Fracasó, dijo que era la nada, y nunca lo fue.
Alub mismo dijo: La paloma encuentra al gusano y se va.
Y dijo: El éxito de Jesús fue su fracaso.

Borges insinuó que Jesús no quería comprometerse, que por eso predicaba con parábolas. También sucede en Alub. En vez de parábolas, usó palabrería.









Unamuno y Alub




Hablando del sueño y del soñar, se dijo que el ansia de sobrevivir, de un modo o de otro, ahoga el enervante goce de vivir. En otras palabras, que la inmortalidad o la eternidad son anhelos que entorpecen.
Pero los que dijeron que la mañana salía para todo el mundo por igual, según Alub mismo predicaba, o había predicado, usando y abusando del verbo (al igual que los hebreos y que la epístola a los hebreos “el que sostiene todo con su palabra poderosa”, Hb 1 3), tenían razón: el único y verdadero fracaso consiste en quejarse.

Epístola a los hebreos
Dicha epístola da cuenta de la importante diferencia entre un protocristianismo helénico judío –evaporado lentamente-, contra otro que proviene del romano, que es posterior y que bebe, por supuesto, del otro, pero que perduró. Hablamos de una epístola judeo helenística, del cristianismo naciente. No se trata de una epístola escrita por Pablo. La diferencia está en el arte, en la erudición, en la época en que, al parecer, habría sido redactada. El estilo es más oratorio que los demás escritos que se le atribuyen a Pablo.
Traduzco:
Wnnjkwndnwdwdjkwndwknknkndhdgdnjdnjwnddlnjndejkjndcnhyncngjndjnklw,lknjdndjdndjwndkwdwkdwdwdwjjhdnnnndkndnwknnndklnnnllldnn jcjkjneekklknncdlkasmdlñkddhhandnakkdnkndknkndnhjkddkkkdn
A ellos hablaba Filón de Alejandría; y también el ilustre Gustavo de Creta, cuando dijo: El vientre cayó sobre la espalda. El hijo llenaba el vientre y llenó la espalda.  El que no carga, no tendrá para descargar; y se evaporará como la niebla de la mañana, el éter y el nirvana, que significa desintegración. Ya está dicho que el que carga su espalda no tiene vida, pero la tendrá.

Mt 5 5



El éxito de Jesús fue su fracaso
-¿no basta?, ¿no es suficiente?-.
Ahora, es mi entendimiento,
la ruta que seguimos, Fran,
la del fracaso.
¡Bienaventurado,
que no es posible el éxito!

La cruz




Ahora sí que tenían ganas de llorar. ¡¿Y hace cuánto que no las veían?! ¡¿Y hace cuánto que no eran capaces de verter una sola lágrima?! Ya no serán personas que ríen y que vuelven a llorar. Eso es lo difícil: no tener tristeza, no tener alegría. La repulsión que se vuelca en los hombros. Metáforas tan sencillas y fáciles de repetir. ¿Cuántas veces se cargaron la espalda con las dificultades y las penas y los remordimientos? Hay metáforas tan comunes que dejan de ser metáforas. 

A la una y cuatro los fideos



 La máxima broma del capitalismo contemporáneo es esta:
¡No ganás plata! –le dijeron a un vago.
Es cierto –respondió-, pero me rallo mi propio queso, y saco las telas que forman las arañas.
Una vez estuve frente a un buda y le agradecí que me hiciera creer bueno, o querer serlo.
Miré hacia los cipreses y pensé.
Observé lo que había creado y lo que podía crear.
Después, que venga el fracaso.
Y para equilibrar, pensé en la broma del capital.
Todos los caminos conducen a broma.
La vida no ha de ser más que una ironía.
Si imagino el fin, me imagino riendo,
como el consolado después del susto.
Lo único bueno es lo que no daña,
un camino que no tiene meta.
Cualquier otra convención es una herejía,
una patraña.