jueves, 20 de diciembre de 2012

Un BOrges




La vista que se tiene de lo bueno
y el oído que se aviene a lo malo:
La palabra que dice,
cuando no deja escuchar.
Ojalá BOrges, te conocieramos 
como te conoce el mar.
Y la tierra, y el árbol, y la planta y el pasto.
Como te conocen la letra y la tinta.
Y la textura de la página de un libro.

El paso del tero



Cada segundo de nuestra vida debería ser tan cauteloso como cada paso del tero.
Cada segundo debería ser el paso de un tero cuando busca comida. Parece como si oyera el movimiento de las lombrices.
Pero el temor debería ser dañar a alguien
No ser dañado.
Cómo me gustaría ser más bueno.
Dar cada segundo sin hacer daño. 

El equilibrista



El universo no es más que un estado. Cuerpos que siguen el mismo movimiento porque hay un equilibrio con otros cuerpos. Hay gravedad, pero no la misma que en la atmósfera donde estamos. Hay atracción. Y está la inercia, que quedó de otros estados; y esa inercia contrarresta la atracción de otros cuerpos, para mantener el equilibrio dinámico. Ahora, lo único que se podría llamar dios y posibilidad de existencia para nosotros, es el equilibrio. Con él nacimos; y sin él, morimos. Dios ya no está en el sol, o en el cielo, o en el universo, sino en el equilibrio. No se alteren; vean la historia: dios siempre fue mutando. Un hombre me dice que dios no es el equilibrio sino el equilibrista. Y que por eso hay un demonio que promueve el desequilibrio. Si el humano cree que la vida no es eterna, entonces afirma que dios es más débil que satanás, lo cual es pura sanata.

12-12-12



El 12-12-12 un doctor estaba en su oficina, tipo siete de la tarde, cuando se le apareció dios y le dijo que indagára todo lo que quisiera. El hombre preguntó: Quién es.
Dios dijo: Es el que es. Luego le volvió a ofrecer que hiciera preguntas.
El doctor, que era pietista, tenía miles de preguntas sobre el juicio, sobre la existencia, sobre el sentido, sobre las tres palabras que susurró Cristo al oído de Pedro.
Él mismo se las formulaba a diario.
Sin embargo, ahora lo tenía allí, disponible, abierto –majestuosa teofanía-, y no tenía nada que preguntar.
Dios dijo: ¿Nada más?
El doctor dijo: No, nada más.

Un lazarillo se queda ciego.



Lázaro, muy maltrecho por los tres días en la cueva, vino y le dijo a Jesús: “Tanto tiempo en la oscuridad que cualquier luz me deja ciego. Me gustaría que termines bien lo que empezaste mal.” Jesús le dijo: Otra encarnación de la nada. Acá tenés este bastón, que te sirva de lazarillo, que algún día, cada ciego va a tener su monaguillo.

Mi bautismo



Cuando era chico me encontró Farías, gran profesor de biología, que trabajaba también en el Conicet, o lo encontré yo, en el baño, o en el patio, y le dije que tenía un tremendo dolor de cabeza. Le pedí una cafiaspirina. Dijo que era mejor no tomar y, en el baño, me ayudó a poner la nuca debajo del chorro de agua. En parte y por un rato, se me pasó. El hombre me había bautizado. Una rara encarnación de Juan, pulcro, pelado, de guardapolvo blanco, que manipulaba con la voz mitocondrias y emisarios, como epígramatico de la resignación, en un pequeño Jordán, con cerámicos y luces de neón.

El instante





Ay. Cuánta mentira nos venimos comiendo hace tiempo. No por culpa de ellos sino nuestra. Por creer que puede haber algo cierto, un solo saber; por no captar que lo único que importa es el pero. ¡Ay, lo que significa el pero! Aún más que el qué. Pero…

*

El pero siniestro y errado que torna las preguntas y la vida en infinitos, borrando cualquier atisbo de objetivo. ¡¿Cómo puede uno perseguir un saber, sabiendo que los peros son infinitos?! Pero quizás no sean infinitos.

*

El pero interminable. Porque el pero es la respuesta obligada a la respuesta. Y la pregunta de la pregunta. Lo que se dispersa. O lo que es disperso. Como pedazos de existencia que se van perdiendo. Como pedazos que dejan de ser, de existir… ¡Cómo todo se va volando! El instante, entendido como presente: lo único que existe. A lo Horacio, a lo Hume según Borges, a lo Borges mismo; a lo Shopenhauer, Berkeley, Heráclito, Whitman, Alub.
Todos polisofistas, de polisofía. Todos diciendo “imagino”, a sabiendas de lo infinito de los peros. Todos buscando el saber como quién imagina el unicornio. 

*

Al tiempo hay que poseerlo. Alub dice de perderlo. No puede ser que el tiempo lo posea a uno, porque sólo existe el instante, el presente: si el que somos hoy, mañana no es, ¿por qué nos vemos hacia el futuro e imaginamos un pasado?
Pero sería raro que imaginemos un pasado con tantos hechos. Eso fue… aunque no sea con tanto ser como el presente. Por ello es también más lógico pensar que el futuro también es, con la misma vitalidad que el pasado: ambas tienen un fin: uno la muerte, la otra el momento previo a la unión del espermatozoide con el óvulo. El pasado, no tiene más ser que el futuro. Ninguno “es”, propiamente dicho, uno será y el otro fue, tiempos verbales, nombres paradójicos para el propio ser. Pero el presente, el instante tan diminuto como quieran imaginar, como una millonésima de milisegundo o, más fácil, un número periódico en el 0, es eterno, absoluto.

*

El pasado y el futuro tienen una realidad que vive sólo en el presente: El recuerdo y la imaginación, la historia y la presunción. El presente debe vivirse recordando e imaginando. Además de ser algo inevitable, resulta necesario para la biología. Planificar es importante para que el instante sea agradable. Por eso hay que tratar de no imaginar desastres, ni recordarlos. Todo siempre depende de algo tan simple como el estado anímico del instante.

*

El instante absoluto debe ser lo único importante para el pensamiento, para que entendamos el valor que tiene el pensamiento. Para poseer el tiempo y que no te posea. El tiempo tiene que ser como la música: Hermafrodita.



martes, 18 de diciembre de 2012


Son tantos los pecados, que el hombre tuvo que inventar un purgatorio –dilatado hasta la posibilidad de ser casi eterno-, donde el hombre expía todo lo que puede ser expiado. Tan grave es el arrepentimiento que padecemos, que el deseo de volver sobre los pasos provoca tanta ansiedad como el hecho de ser mortales.

lunes, 5 de noviembre de 2012

Fragmento N


En verdad no se puede discutir con un hombre sabio, dijo Alub. Porque como sabe demasiado bien que es imposible saber algo, no discute, jamás entrega una opinión.
“Pero –preguntó el hombre-, saber eso, ¿no es saber algo?
Y Alub le dijo: Yo nunca dije que fuera un sabio.
Y dijo:
¿No veo, no toco, no oigo y no hablo? El verdadero sabio es ciego y sordo, no puede sentir nada ni con sus dedos ni con su lengua; y tampoco habla. La verdadera sabiduría está después de la muerte, en donde no hay nada, y en donde nadie ve, nadie toca, nadie escucha, nadie habla; en donde nadie es. 

Dios vuelve a convertirse en un extraño hincha pelotas.


Cuando dios le dijo a Noe que construyera una barca y subiera con su esposa porque iba a inundarlo todo, Noe pensó en quejarse: Señor, que dijiste a Abrahán que matara a su hijo, y al final que no; que dijiste a Caín que matara a Abel, y Abel fue aniquilado, yo te pregunto: Cómo voy a hacer para no subir también a las otras. Pero dios no lo escuchaba. También pensó en construir un escondite en la barca y salvarlas del destrozo. Pero como dios estaba dentro suyo, ya se había enterado. ¡Ya era condenable! Tampoco construyó un compartimento para sus amantes. Así, Noe tuvo que conformarse con una mujer. Y así, la humanidad, pensó que estaba bien. Había pasado con Adán, y pasaría luego en Babel.

Historia universal desde el siglo X a. e. c. al siglo XVI e. c.



Salieron en sus caballos a perseguir a los beduinos, asentados en el valle del hebrón, siempre esperando peregrinos para el asalto. Y si había peregrinas, mejor. Si pudieramos violar hoy una niña… una cristiana con el culo recién formado, que es el momento a partir del cual la cadera se prepara a recibir la carne humana.
Al menos los beduinos somos así, dijeron, porque la mujer es la forma de dios.
En la huída, un beduino se asentó en la montaña.
Los cruzados habían tomado la villa y hacían lo mismo con las niñas de los beduinos, porque decían: La misma ley de Abrahán es la de Bizancio.
En la montaña, el beduino se encontró con un griego amante y filosofante de Cristo. Los griegos estaban un poco separados de los cruzados de europa y Bizancio. Aún así, ambos agarraron una roca y cuando pensaban cada uno en la defensa de sí mismo, las rocas se convirtieron en agua. Y pronto pensaron en el maná. Tomaron rocas y llenaron sus envases.
Cuando se disponían a marchar, cada uno por su lado, apareció un espino prendido fuego. ¡Zarza!, gritaron. No sólo quema, también corta, ninguno la puede llevar. Vamos a tener que quedarnos a escuchar.
Al otro día, se cerró el cielo con nubes y en la penumbra creciente, anocheció. Entrada la noche, hartos de convertir rocas en agua, se abrieron las nubes en un hueco y dejaron ver una estrella. Como un granizo que venía desde ese agujero, con una ráfaga hedionda y fría que voló las vestimentas, una voz de estruendo, que duró lo que un rayo, dijo: ¡Me cansé, ya no vengo más, anuncien esto a los pueblos!
Sin embargo, luego de la muerte de Juana de Arco, vino Gilles de Rais. Violaba y degollaba cuando aparecieron Margarita y Catalina de Alejandría. Enseguida, Rais comprendió que eran las mismas que se le aparecían a Juana, por la transparente incidencia de la luz, y por salir de la nada. Colgó el orbe de la nada. Agarró con su mano el garrote y dijo: ¿Por qué no?
Gilles de Rais violó dos ángeles, o eso al menos pensó, como consta en sus memorias. Pero todo como si fuera una entrega de dios: Catalina se desprendía los botones y enseñaba sus senos, la otra santa se metía el nabo de Gilles en la boca. Los ángeles se entregaron completos al hombre y desaparecieron en la misma espesura de la nada.
Gilles estuvo tirado en el piso dos días. Cuando se levantó, se fue a vivir a Jerusalén; a decir que la apariencia divina es la mujer.

Esta historia universal iba a ser editada en el 2002, en doce volúmenes, por la editorial Janneo, pero debido a que el autor, Don Federico Cabral, no quiso ceder ante la demanda de la editorial, a saber: que en un libro de historia no podía figurar la palabra culo, nunca se editó.



Crear en tu ropa, donde se revuelven los versos.
Crear el lento salir del humo.
Crear un objeto sin valor,
con objetos desvalorados.


Crear algo que sea lindo.
Algo que no exista en el mundo.
Unos versos deudores del momento.
Una forma de Diego Maragna.
Una parte de la existencia.

Aunque el día haya pasado para todos,
Crear es el propio mundo:
Se crea a cada segundo.
(Ser conscientes del arte de cada uno
es ya vivir bien).


Louis Armstrong playing “Weap”
The clouds sourraunding grass.
The magestic ground we walk
Whith a stick stuck in the ass.

La ley redentora


Ya lo analicé tanto,
Que llegué a la conclusión
De que son infinitas las razones
Que nos llevan a ser lo que somos:
Cada segundo que pasa.
Así debe ser,
Porque la ley primera es amarse a sí mismo.

Cuando al alba seamos el tiempo dormido,
sin dolor y sin pesar;
El cielo va a estar en los ojos
Y el amor, en una simple sonrisa.

Frag.


Un hombre le dijo a la mujer: Cuando deje de hacerme el amor a mí mismo, vas a ser el amor de mi vida. Alub, ante la demanda de la mujer, le dijo: Igual tiene que ser para vos. Alub la condujo a la tapera y le dijo que se tocara. Y la mujer gemía la verdad húmeda y sincera y en el envión, acariciaba el cuerpo de Alub, y lo ungía con su saliva. Después, Alub le dijo a sus discípulos: Vine a curar antes a la mujer que al hombre. Algunos que oían la transmisión de lo que había dicho, decían que era machista. Alub le pidió a los discípulos que salieran por los pueblos a comunicar que no los entendía, siendo que amaba más a la mujer que al hombre, y que su remedio era hacer el amor. 

When the morning comes
Gonna be sleeping running times.
Whithout any pain, without any harm.
Sky will rise fullfilling eyes.
And love will be just a smile.

Pas que la poesie
-au fin du temps-
c’est toujours
de la femme.

La mujer sonríe y pregunta:
Pas de la gloire?

Frag. P6


Qué habrá pasado, que terminaste cuestionando tu vida. Y cuestionando la vida. Cuestionando el amor, la alegría, la tristeza; los pensamientos, las ideas; la posibilidad de tu propia existencia, o la de alguien más. La algarabía, el ocio; hasta la quietud con que vuela la mariposa. Hasta el mar. Hasta donde el estar llega.
Alub buscó una hoja y dijo:
Eso que seas,
seguilo hasta el infinito,
por más dudoso que sea.
Porque si hay duda, hay guía.
Si no hay duda, no hay interés ni ayuda.
El problema viene de lo seguro:
Es como una escalera,
que ahora se reduce.
Hasta ser nada.
Ahora,
ya.
Pero nadie entendía porque ellos escuchaban, mientras que Alub leía.

domingo, 7 de octubre de 2012


I remember all the pain. Always rain. It will never happen again. Nou. What is it gonna be. What is it gonna hap. Qué es lo que te va a pasar. De vos avec muá. De ti con yo. De yo contigo. De vos conmigo. El día de una de las bestias. El día del hombre. El día del can. El día en que mirar al sur sea escuchar. El día en que la mujer mine el cobre. La detonación y el horadar de la roca. El movimiento. El descorrimiento de la roca que tapa la roca. La resurrección de la religión que es esa roca y que se funda en otra roca. La roca donde se yerguen las rocas de Jerusalén. La clasificación de los que despiertan. De los que cavan un pozo. De los que aman el reposo… porque el reposo es la muerte. El día en que se sepa el amor igual a ella. Y la muerte igual a él. El día en que el no y la nada sean conocidos como lo único que es pleno. El juego que nunca se gana. El espectro donde se absorve todo lo que está iluminado. Le jour de Camille Beausein. Le breast del desert. Lepen. Lebread. El pan ácimo y la cima del vacío. El trabajo. J’aime le plein. J’aime la dulce espera de la mort. La felicidad del que quiere la muerte. Que la ama, Qu’ l’aime. Ay, la mort. So sweet. Nou harm. Nou pain. Nou rain. Nou clouds. Nou fuck’s.

lunes, 17 de septiembre de 2012

Soy el que soy



A Kiko


Yo soy una escalera por donde no se puede bajar ni subir.
Soy un recipiente vacío.
Yo soy el que habla para no decir nada.
Yo soy el círculo que empieza y termina.
Yo soy un libro de idioma desconocido.
Soy el idioma que nadie habla.
Soy el sonido que no se escucha.
Soy el grito silencioso.
Soy la única regla que no mide.
El enigma que no hay que descifrar…
Soy el que predica lo imposible.
Una pregunta sin respuesta.
Yo soy una puerta sin paredes.
La pileta sin agua.
Un estanque vacio.
Una soldadora que no suelda.
Una lámpara sin foco.
Yo soy un juego sin dados,
el billar sin tacos.
Yo soy una cuerda sin aire.
Yo soy el que no espera y el que espera todo.
Yo soy el que dice sin habla.
Yo soy el que expresa sin acta.
Yo soy lo que sería callar.
Un naipe sin número ni letra.
Una letra sin código
Soy el que no pertenece.
Si no se entiende,
es porque soy el que dice:
Que no entiendo nada,
es lo único que sé.



lunes, 10 de septiembre de 2012

Formatos

Prefacio a Fragmentos póstumos autobiográficos: Manifiestos de café en servilletas.
Por Danilo Ingrasia.
Recopilación de Camille Beausein.



Parece mentira que nadie sepa quién es. Si yo les nombro ese nombre, nadie va a encontrar una referencia. Si uno lo pone en el buscador, no encuentra más que un repostero, algo sobre bádminton, un documento del vaticano en latín y otras entradas que no tienen nada que ver con el poeta. Se podría decir, entonces, que Danilo Ingrasia fue un escritor no reconocido; pero se verá que más acertado sería decir que fue un escritor sumamente reconocido… en su poesía, no en su persona… como un anónimo.
Argentino. Empezó a escribir en servilletas, un poco para no gastar en papel y otro poco por el desprecio de las publicaciones, del moderno canon de ventas literario, de lo valorado por las mesas de las librerías. Según él, cruzó el Atlántico en una canoa. La cosa es que aparece viviendo en París, en el 87. Allí se internaba en los cafés, como Sartre y tantos otros en el planeta y la historia, y con sólo pedir el pocillo más barato, abusaba de la famosa hospitalidad francesa: no sólo se pasaba el día ocupando una mesa sino que consumía la totalidad de servilletas. ¿Qué se puede escribir en una servilleta, por Dios? Poemas, haikus, sentencias, relatos muy breves. Pero también una novela, o los Diálogos de Platón, si las servilletas pasan por fragmentos. No le importaba que fuera un soporte poco perdurable. De hecho, no le importaba la inmortalidad sino la mortalidad. Morir en un curioso, o en un simple gesto. Le importaba el presente, digamos. A veces se iba del café y se quedaba mirando a través del vidrio, disimulado y oculto, para ver qué pasaba. Y tuvo que enfrentarse –la mayoría de las veces- a un puño que estruja el corazón y lo tira como si fuera basura, al tacho. Pero le bastaban aquellas ocasiones en que alguien se tomaba un segundo para leer. Y lo llenaba si veía en la cara de ese lector, en su mirada, un interés, un suspiro, un extrañamiento, una sonrisa.

Si el objeto de todo lo que hace el ser humano, consciente o inconscientemente, a veces de los modos más rebuscados, a veces de los modos más equivocados, es por amor; entonces Ingrasia había logrado el objetivo: Camille. Moza. O camarera. Dejó la bandeja en la mesa y se sentó, despreocupada del severo can que pasaba las láminas del diario. Y leyó las servilletas. Ingrasia estaba en la vereda de enfrente, detrás de una morera.
Estuvo sentada un buen rato. Sonreía. Hay muchas sonrisas. Aquella era similar a un descubrimiento que provoca esa compasión o felicidad que ni uno mismo puede entender, paradójica felicidad que da la tristeza, saber –en una repentina exaltación intuitiva- que existe la belleza.
Momentos inciertos como esos se dan de mil maneras diferentes. A veces, va más según el estado anímico que atraviesa quien lo siente, que por lo que ve en sí. Me pasó por la cara esa sonrisa al leer una revista dedicada a René Goscinny. Me pasó con películas de Doris Dorrie; también con una mirada de mi hijo después de retarlo. Plenitudes que llenan.
Ingrasia la veía y vio cómo la cara se le iba deformando y, aunque no veía las lágrimas, se dio cuenta de que estaba llorando. Camille se pasó los dedos por las mejillas y supuso que era para secarlas. Justamente, los poemas que había escrito ese día, eran todos sobre el agua. Gotas, lágrimas. Lloviznaba. Ingrasia se había sentido lavado, recuerda, en la ducha, con ella, llorando de amor.
Camille se había guardado las servilletas en el bolsillo del delantal. Miró el fondo del pocillo de café antes de ponerlo sobre la bandeja. Allí vio sus ojos, a futuro. Él entró y dijo: “me olvidé la propina”. “Pensé… esto…”, ella, pero al final no dijo nada.
Y Camille nunca, hasta el día de hoy, se enteró de que él la había visto llorar. Y ella nunca le contó que había llorado. Tampoco le contó algo que yo no debería saber y que le quiero hacer saber a usted, que no conoce a Camille: esos poemas eran tan fuertes que ella, a la tarde, fue al baño, sacó los papeles y, pensando en el sensual movimiento de la birome, en la mirada baja y caída de Ingrasia, en los versos como agua mojada, inexistente fuego que se apaga, la mujer Camille -¡cómo te amamos, Camille!- suspiraba y brotaba desde la procreación. Tanto amaba esa mujer. Tanto. Y sonreía de cómo puede mojarse el agua y hasta llegó a pensar que su fuego se quemaba.
Las servilletas. Desperdigadas por los basurales parisinos, por las calles, como las colillas de los cigarrillos.
(Pero… ¿Camille leía castellano o Ingrasia escribía en francés?) No importa. Hay un pacto, entre usted y lo que quiero contar. Hubo un poeta inglés, William Shakespeare. Él dijo: Pasar el tiempo preguntando por qué el día es día y la noche, noche; no es más que desperdiciar día, noche y tiempo. ¿O piensa que Danilo Ingrasia verdaderamente existió? Por supuesto que sí. Es una historia real, demasiado, y por eso cualquier semejanza con la realidad es pura casualidad.
Por eso tampoco importa mucho cómo llegó Gaspar Potemkin a leer ciertas servilletas. Los indicios son pocos. Lo seguro es que necesito introducirlos en la temática: Potemkin era y es empresario de las servilletas y su empresa fue la primera en introducir grabados en el papel. Empezó con figuras abstractas, como firuletes. Después pasó a las recetas de cocina. La metodología tuvo mucho éxito y la gran mayoría de las empresas de servilletas domésticas en el mundo copiaron la idea para las líneas de gama más alta de sus producciones. Potemkin, que nada tiene que ver con el acorazado más que la casualidad, que en el fondo es lo que une todas las cosas y que por ende podría decir que tiene todo que ver con él, por casualidad, también, llegó a contactar al errante D. Ingrasia.
Durante toda la década del noventa, Francia (también parte de Europa) estuvo consumiendo servilletas “Potemkin”, línea Arscript, grabadas con poemas, haikus y microrelatos, de Danilo Ingrasia. El éxito fue considerable. Las ventas aumentaron. Potemkin le pagaba como a un tercero. Luego lo contrató. En el acuerdo que hicieron se manifestó que no iba a aparecer la gracia del autor, es decir, que serían poemas anónimos.
Como ven, la historia es: Danilo Ingrasia fue un autor sumamente leído, pero no reconocido. Bueno, las servilletas en el mundo globalizado de hoy siguen el mismo camino que los libros: algunos son leídos, otros no, pero casi todos terminan siendo basura.
Esta edición facsímil de servilletas reúne su autobiografía. Trescientas veinte páginas equivalen a trescientas veinte servilletas, que Camille fue acumulando y que hoy componen esta edición que, por razones obvias, nadie va a leer.

Le sens meme l'absurde

Ce-que se sufre par ici, c’est la joie d’autre part.
Le doleur d’etre unconnu, c’est le blaise
de la absance du doleur,
d’etre normale.
Nature humane que toujours
se demande le goût
de sa propós et condition.
Tant q’ le sens,
tant q’ l’absurde.

Poemas de Yadin





Cuando Israel Yadin vió que su padre lo llamaba con insistencia, se frenó y pensó qué hacer.

Cuando Israel Yadin vió el sufrir de los que imploran, decidió callar a los que callan.

Cuando Israel Yadin se levantó de la siesta, buscó un pan para hacerse grande.

Y el pan se hizo grande.

Y los que alguna vez hablaron, callaron.

E Israel dijo:

Si el hombre se hace grande, el hambre disminuye.

La luna era una sonrisa fina y a nivel. Y el aire lo estremecía.

Israel dijo que el hombre inteligente, es necesariamente más bueno que el incapaz:
No puede haber una persona mala que sea inteligente, dijo. Sería como afirmar que la inteligencia puede ser tonta.
Y dijo:
También debe ser ley: Si un hombre parece tonto, pero es bueno, es en verdad inteligente.


Cuando el hombre rescató del olvido aquel manuscrito de Yadin;
los que no leen, empezaron a decir que no había que leer.

Nadie leyó el manuscrito.

Nadie más volvió a leer.

Y el manuscrito, se leía a sí mismo:

Cuando Mihail Bervatov, el amante de Carmela de Paty, llegó al ápice de este pergamino, empezó a lamer y morder sus puntas como un roedor. Y Carmela, amante de los libros, solamente va a leer en la oscuridad las tenebrosas sombras de la muerte. Algo que está escrito en algún lado.

Decían los profetas:

Cuando éste manuscrito deje de leerse a sí mismo, ya no podrán decir que está escrito.

El manuscrito. El que se lee a sí mismo.
El pergamino devorado por los insectos.

Nadie más va a poder leerlo.

Y el mundo. Terminado,
muerto.

Cuando Yadin cerró el libro, se fue a sentar afuera y prendió un cigarro.
El sol lo dejó medio ciego: deja de leer.
Y camina por el blanco y la luz que encandila.
Había dejado el negro de la tinta, el profundo abismo de la nada.
Su cuerpo sintió el calor y el cansancio, porque araba la tierra.
Se quedó con lo único: Sólo sé que no sé nada.
Podó los árboles y cavó su propia tumba.
Hay que morirse lo antes posible, pensó.
Porque está escrito: Algún día todo vuelve a la oscuridad.
Un mito.
Que surge del hedor de la descomposición de los cuerpos,
el que conduce al entierro.

Israel había decidido facilitar la sepultura.

Alguien, hecharía la tierra.

«Para que haya un más allá», pensó Yadin.

Los que eran, y estaban, dijeron:

“Cuando algo está claro en la cabeza,
está claro en el papel”.

Israel dijo: ¿cómo puede haber algo claro?
Y dijo: Que algo sea claro es, a lo sumo, una presunción.

Ya está dicho: la máxima afirmación -confusa, paradójica, redundante-
es que no podemos saber nada cierto.
Y siguió cavando.

Un gran cuento

Una vez pensé un cuento corto y me dije: tengo que recordarlo para escribirlo. En ese momento, estaba ocupado. Recién a los tres días me senté a la computadora y recordé que había pensado un cuento, pero no me acordaba ni de qué se trataba. Entonces, escribí esto para concluir: Confío en que algún día, una circunstancia cualquiera, probablemente relacionada con la sustancia de lo que quería contar, se va a encargar de sacarlo a la superficie. Cuando pase, lo voy a escribir; por ahora, hagan de cuenta que entre éstas líneas, hay un gran cuento.

Ojo el ojo

Solamente me parece interesante el cómo. Venía viajando por la 7, a la altura de Carmen de Areco. Había mucho tráfico. Delante nuestro, había un camión. Me asomaba para ver si lo podía pasar. Mi hijo me preguntó qué hacían las vacas en ese camión. Ahora te digo, estoy manejando, le dije. En un momento, miré el camión, que estaba apiñatado de vacas. Al Mercado de Liniers. Y, entre tabla y tabla, una vaca me mostró sus ojos. Uno, en realidad. Y eso bastó para que dejase de comer carne.
En mi vida, había visto miles de vacas, miles de camiones y miles de ojos. Sabía bien del mercado, de las carnicerías; de hecho, había visto carnear, pero nunca se me había movido un pelo. Pero ese ojo… Era un ojo de tristeza resignada. Un ojo demasiado expresivo. Sentí toda la pena del mundo y no quise comer más vacas.
Después, recordé que cuando era chico, en el campo, en un carneo, nos habían dado el ojo de una vaca sacrificada y con mis primos lo agarrábamos y jugábamos. Quizás la pregunta de mi hijo me devolvió a ese momento y después, ver la cara aplastada y el ojo triste de la vaca camino al matadero. No es una cuestión ideológica. Me inclino más hacia un hecho traumático: el ojo que sostenía en mi mano era el mismo ojo que me miraba desde el camión.

Elba

Mi mujer la había ido a visitar dos veces al hospital.
Esta vez, estaba muy complicado. Raúl me lo había dicho.
Una internación en la sala común. Ya no valía la pena el cuarto.

Se sentaba en la punta del sillón, donde el sol de las tres le diera calor y luz como a un vegetal. “Ya no me sirven, decía de sus ojos. Tanto trabajaron… está bien, ¿no?, que estén cansados”. También decía: “No me deja ir; ¿por qué no me deja ir?”

Después del almuerzo, no quedó nadie. La dejaron ahí sentada porque tenían que hacer esto o aquello, siempre tan ocupados. Yo me quedé unos minutos más. No de bueno, de desocupado. Era domingo.
Se puso contenta. Siempre había visto o deseado algo de mí. Me tocaba o me pedía que la lleve y se aferraba como si quisiera ser joven. Como si de esa manera pudiera espantar a la muerte. Y la muerte siempre pasaba por su cabeza y decía: “Éstos son dos novios en la flor de la edad.”

Antes del geriátrico, caminaba hasta lo de su hijo. Una vez me dijo: “¿Por qué nunca me dejan pasar?, ¿será porque no soy millonaria, porque no tengo plata?”
Cuando me saludaba, me agarraba los cachetes y las puntas frias de sus dedos pasaban del cuello a la espina dorsal. Tenía las manos como una sudadera de cuero crudo. “Ah. Estoy tan cansada”, decía. Y siempre preguntaba: “¿Y cómo anda usté?” Y me pegaba los labios todo el tiempo que pudiera, hasta que fuera demasiado obio o mi mujer dijera: “abuela”, y entrara a despegarla de mí.
Cuando se emocionaba, juntaba las manos y se tapaba la boca como quien le reza a María. La incontención lagrimal constante, simulaba una felicidad de llanto. O una tristeza.

Una vez me había dado un billete de cinco pesos en una bolsa. Era impresionante porque se notaba que era un bolsa útil, importante. Le era algo muy difícil de conseguir, las bolsas. Esa estaba sucia y arrugada, y la había doblado y vuelto a doblar para proteger lo que llevaba. Para que fuera como un sobre. Había pensado que un billete sin un recipiente era como un pago y qué, usando una de las bolsas que le quedaban en el cajón, pasaba a ser un regalo.
Cuando falleció Robertito le dijeron que se había ido a vivir a San Luis. Ella preguntaba la dirección para poder mandarle “algo escrito”. Y tal vez lloraba más en la sensación de abandono voluntario de su propio hijo, que lo que hubiera llorado de haberlo sabido muerto.

Ya va a volver, decíamos.

Le dijeron: Dame el papelito que se lo mando. Y ella escribió y, con su pulso, parecía arameo. Nunca pude leerlo. Se guardó, se enterró con el destinatario, o se tiro al tacho.
Un día, se cansó de preguntar cuándo iba a volver de San Luis; o se dio cuenta de que no iba a volver.

Era como el verdadero cordero sufriente, apedrada por todos nosotros a diario, la crucificción que se vuelve mito, como la manzana. La despreciamos en sus palabras, en su compañía. La despreciamos cuando comía, cuando había que sostenerla, cuando necesitaba remedios, cuando no contenía sus heces o su orina. La despreciamos cuando lloraba.
Representamos a Judas, a Pilato, a Caifás, a Heródes, a Pedro. Representamos al hombre.

En la tranquilidad de la siesta, ella suspiraba. Después, le pregunté si pensaba que lo que viniese sería mejor o peor. No sé por qué lo hice, fue algo automático. Y yo veía una sola respuesta posible, nunca imaginé que alguien, a esa edad, pudiera contestarme lo que me contestó. Dijo, después de refleccionar: “Yo creo que peor.”
De esa forma me había ganado. Había logrado superar el prejuicio. No supe qué decir. Hasta que quise cerciorarme: ¿Peor? Peor, afirmó. Lo dijo tranquila, sin que esa conjetura le provocara la más mínima reacción. Me fui, le dí un beso en su cachete seco, frío, duro como el cuero listo para formar parte de una bota de serpiente, o de lagarto.

Ayer a la noche, una de sus nietas escribió en facebook: “Te vamos a extrañar, Elva.” No lo leí, me lo contaron, aclarando lo de la v corta.


viernes, 11 de mayo de 2012

Excurso


Véase estudio preliminar de Borges a Los héroes de Carlyle

Si no respetan las ideas, es porque no conocen la encarnación de ciertas ideas de Carlyle.
El ser humano debe estar todo el tiempo pensando en las ideas.
Porque es lo primero.
Los actos vienen luego.

El sol todo

Salió el sol y me encandiló su luz en todas partes, en la helada de la mañana, todavía medio graisácea, en el verde de las plantas con sus gotas de agua, en la retina que se había olvidado –poco memoriosa-, de la premisa nazarena de hacerse pequeño, tan pequeño como para pasar por la cicatriz de la aguja. Soy feliz en la introspección y en la naturaleza, eso nada podría cambiarlo. No sirvo para la sociedad. Y en algún rincón del más horrible fondo, es un orgullo. También normal; porque hay mucha más sabiduría en el todo que en el individuo.

El orgullo intelectual, dijo Tardewski, es lo último que se pierde

Si el que escribe no escribe por los demás y para los demás; si el que escribe no puede tener en su escritura el amor; Si no puede tener el amor en la filsofía de su pensamiento ni en la poesía de su literatura; entonces, no es un escritor que valga la pena. No se quejen de que el escritor sea escritor, porque el verdadero escritor da su vida por la humanidad, como Jesús. Por eso la literatura, sea verdadera, mitológica, o religiosa, siempre es una metáfora de la realidad. En realidad, todo el mundo da la vida con lo que hace y con lo que piensa. Y sin cada germen de este hermoso pantano, el escritor no podría pensar. Porque el hecho de que decida pensar, es porque piensa que existe quien entiende. El problema es cuando los oídos son solo ornamentos, dijo Jesús.

Infinita paradoja de la lengua

Si escribiera en un policial sobre un detective en una biblioteca, en el escritorio de un hombre culpable de no haber hecho nada en toda su vida, buscaría en los anaqueles, que los escritores siempre dejan la evidencia ahí.

El principio y el aventurado fin de la novela


Su apellido era Beau, muchos le decían Bo, pero los que no lo conocían, cuando tenían que nombrar su apellido –como en el registro civil-, le decían Beau, y no sabían que era bello, beautifull; Bo, fonéticamente. Argentino. Hijo del hombre. Detective de un escritor. Parecido al detective Dale Cooper. Que sigue y termina esta saga, esta novela. Este relato corto que contiene uno muy largo. Para terminar de leerlo, tienen que remitirse a la serie; trasladarse en el tiempo, o comprar alguna temporada.

Do

Mis dedos están nerviosos. Hay algo que quiere salir de mí. Mis dedos están muy nerviosos, hay algo que quiere salir, y tiemblo, como si fuera a morir, o a explotar. Quizás sea el frío. O quizás sea el vicio. No en el sentido moralista. En el espacio, que está siempre viciado de humo. Ese humo espiritual de peyote en guanacache, con los indios Jarmusch.

Do

La nave. La neige, la nieve. La capa de piel que sostiene aquel espíritu que intenta explotar. La terminación de las uñas. El fondo del cielo, el hielo, la helada. La punta de los dedos que rozan las cosas para seguir clasificando. El texto. La textura del papel de diario. La vida diaria que se consume, como si el tiempo fuera fuego. Las horas como letras, cayendo, en otoño, en el diario, teclas y pantallas como materia, espíritu como espíritu.

el tiempo cuando todos duermen

Por eso llamamos a la verdad sólo hasta donde conocemos, sabiendo, sin embargo, que la verdad, es incognoscible, ¡y qué mejor sería decir que la verdad no existe más que para uno mismo! Y aún así, su existencia es tan mutable como las estaciones.
Si este axioma es considerado, aunque un poco confuso, como cierto, sería una pauta de que no puede existir una verdad que pueda ser compartida. Que sólo existe para uno. La verdad, como idiosincracia, es un abanico inmenso muy personal. Ahora bien, si usted comparte todo lo dicho, estaría abalando una verdad. Pero esa verdad ya es suya, no mía. Por eso, uno nunca puede verse involucrado con una verdad: no hay otro que la conozca puramente, sólo conocerá un esbozo lingüístico, musical o plástico. Y ese esbozo, al ser lo que percibe otro, forma parte del ser de ese otro. 
Pero el mundo está lleno de fariseos (En el sentido que le atribuyó Jesús. Personalmente, no conozco ningún fariseo. Hablo desde una verdad que, por no ser mía, no es verdad, aunque sí posibilidad de verdad en mí, porque al percibir eso, yo soy el hijo del hombre)

el tiempo en que todos durmen

Hay algo mágico en las oscuras horas de la mañana: Que todos duermen. Que no existo más que yo. Si cada uno es el centro de su universo, ¿cómo quieren que el hijo del hombre no sea egocéntrico?, ¿cómo pueden mirar el ego con desprecio?

lunes, 16 de abril de 2012

El silencio

En este mundo reina la palabra;
más allá de este reino,
reina el silencio.

Tratar de evocar el silencio es interrumpirlo,
tratar de callarlo es imposible;
porque el silencio siempre está debajo de todo,
esperando para cubrirlo.
Al silencio todo vuelve,
el hombre, ¡la vida!,
-que se afanan en negarlo,
porque le temen lo mismo que a la muerte-
apenas si logran taparlo.

El hombre descansa en silencio,
porque la muerte no es más que
el silencio absoluto de la nada.
El todo, la vida y el ruido;
el logos, la palabra, el verbo:
es lo que está cerca.
Hablar del más allá es iluso,
mucho más sensato es callar.

Porque el infantil bullicio infernal
-y las trompetas de los ángeles-
son el falaz engaño del nefasto orgullo
del que quiere verse magno,
del que busca un propósito divino.
¿Por qué el hombre no se da cuenta
que no hay nada más grande que la nada,
nada más absoluto que el silencio,
nada más hermoso que el descanso?

En este mundo reina la palabra;
más allá de este reino,
reina el silencio.

miércoles, 11 de abril de 2012

Contador sin público

Quiso se contador y estudió contabilidad. Terminó la carrera y se dio cuenta de que no quería contar números sino contar historias, pensamientos, cuentos. Se propuso contar y dejó de contar los días. Y dejó de contar los billetes, porque no había. Ahora, como contador, solamente puede contar con vos. Porque, por sí sólo, no puede asegurar que las cosas que cuenta sean contables.

martes, 27 de marzo de 2012

Carpe diem, el presente puro e inconsciente de la manzana

Un hombre se enteró de que su mujer le era infiel. La increpó y la mujer se defendió como si fuera abogada.
El hombre le dijo:
“Cómo podés traicionar todo el amor, la felicidad, que tenemos. Cómo pudiste arruinarlo todo.”
Entonces, la mujer, muy segura, decía:
“Te amo. Te voy a explicar, por favor, no te vayas. Nunca traicioné el amor que te tengo. Te hubiera traicionado si hubiera pensado, en el momento en que aquel hombre me abrazaba, que llegarías a enterarte y que dañaría nuestra relación. Pero no. En ese momento, te lo juro, no pensaba en nada. Era como si no existieras, como si no existiera ni el pasado ni el futuro. Solamente existía el presente.
”Y aunque no comulgaba con Horacio en forma consciente, el presente era un calor en todo mi cuerpo y un cuerpo que me pesaba. Sus ojos –ay culpables-,  el abismo donde no veía. Yo te aseguro que era tanto el calor, que no me funcionaba la mente.
”Mi amor, si en ese momento no te conocía, si solo existía el momento, y nada ajeno a él era existente, ¿cómo podría haberte traicionado? ¿Puede ir a prisión el que sueña? ¿Acaso no se perdona al recién nacido cada vez que se hace encima?”
Y dijo:
“Solamente soy culpable de aprovecharme demasiado del presente.”

El hombre había escuchado. Pensaba en Eva dirimiendo con Dios. En Adán, que esperaba la resolución. En la concepción inmaculada de Sara, de María. Había imaginado a Freud escuchando la conversación, mirando –con su pipa en la boca- a Horacio –con el torso desnudo lleno de músculos, con su barba retórica- envolviendo a su mujer con los brazos, como el protector de las llamas de la gehena que había alrededor. Y en una abstracción daliniana, vio un útero pegajoso, sintió calor y humedad y escuchó su propio jadeo. Entonces, su virilidad la atravesó completa, como empalada, y la carne cruda y molida brotó de su boca.  
-¡Inconsciente! –le gritó su mujer-, eso duele.

Agüita


El agua es vida.
Yo tomo tanta agua
que estoy lleno de ella.
El que no toma agua se seca
de la misma manera que se seca la planta.
Hay que inundar el estómago con el río.
Y secarse el cerebro con el viento.
Y llenarse de frío.
Y llenarse de sol,
hasta que la piel se prenda fuego.

sábado, 24 de marzo de 2012

La esencia sutil


Y sobre todo,
¿hay un tono?
¿Hay una voz,
como la voz aquella
que clama
en el desierto?

Son preguntas confusas:
Paradojas.
Metáforas bíblicas,
Escrituras.
Palabras, vida.

¿Hay un verbo?
Y, si hay,
¿puede ser escuchado?;
¿puede escuchar algo
como las patéticas
plegarias de un Job?
No puede.

Pero son metáforas bíblicas:
preguntas irresolutas,
preguntas del hombre,
cuestiones paradójicas.
Escrituras, palabras:
Vida.

La necesidad de decir
-“No es la carne”-;
y la necesidad
de ser escuchado.
Para ser “Yo”,
que
-en el hinduismo-
es lo mismo
que decir
Dios.

Y dice:
Upa, Nishad,
“aquella alma viviente
es reconocida
como la centésima parte
de la punta de un cabello…
dividido cien veces.
Y, sin embargo,
es infinito.”

Al menos, ellos saben
que hablan de lo mismo.