martes, 20 de marzo de 2012

Las canchas vacías

Groucho Marx dijo que no ingresaría a ningún club que lo admitiera como socio. Está claro que Groucho siempre tuvo por objeto la paradoja como herramienta del sarcasmo. Porque el hombre que dice “ingresaría a un club”, es un imbécil. Porque el credo filosófico solamente puede ser de uno. Algunas facetas, de las infinitas facetas del credo, pueden ser compartidas por otros, pero sería prácticamente imposible que toda la idiosincracia de un individuo, sea la misma que la de un grupo de individuos. Uno no debería poder decir soy peronista o soy de las farc o soy demócrata o soy liberal o soy radical o soy kirchnerista o soy cristiano o soy mahometano o soy de huracán tres arroyos, porque de cada uno de esas agrupaciones podría rescatar algunas cosas, y condenar otras. Ni siquiera es posible entre dos. Y así, hasta el amor es dudoso. Y por eso la divinidad se terminó pensando una: Dios no podría discutir, disgredir, dirimir, discrepar con otro. Y por eso la discordia se dá más allá de uno. Por eso, ni la religión, ni la ley ni la sociedad, pueden ser absolutas, sino más bien repletas de falacia y deformidad. El hecho de que las entidades sociales existan, es una prueba del conformismo más necio al que estámos condenados los hombres. Porque el aislamiento absoluto es imposible ya desde el acto sexual, desde la gestación, desde la lactancia. De allí que la metáfora bíblica de la manzana tenga que ser interpretada por medio de este matiz tan negativo: el castigo es la discordia, la necesidad de ser más de uno, el sexo, que tanto llama a la carne. Pero está claro que la manzana debería ser la creación misma del hombre, porque el hombre tiene que haber sido creado con esta condena. De lo contrario, no hubiera sentido nunca la necesidad de coger la manzana de Eva.

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