Bajó desde las
carpas y se sentó a la orilla del mar en posición de meditación. Juntó los dedos
y cerró los ojos. Era enero, Necochea. La playa estaba atestada de gente, pero
él solamente escuchaba el silencio y veía luces de diferentes colores. Y
entonces empezó a elevarse, es decir, a levitar.
Unas señoras
comentaban el suceso con asombro. A otros todavía les pasaba desapercibido.
Unos muchachos jugaban al fútbol y justo le vinieron a dar un pelotazo al buda.
En la cara. Como si fuera un barco entre las olas, el cuerpo se inclinó hacia
un costado y luego volvió a su posición lentamente. Ni siquiera abrió los ojos,
pero le había quedado la pelota marcada en la jeta, con arena y todo. Aterrizó con
cuidado, terminó de meditar y volvió a subir a las carpas. Su mujer le dijo: ¿Y
ese pelotazo? El cuarto gol de Messi, dijo el hombre.
Nestor Almendro,
párroco de la iglesia Santa Marilina, de Chaco, se arrodilló un sábado en el
primer banco y juntando los puños se puso a orar. De su cuello colgaba un
rosario y frente suyo estaba cristo clavado en una cruz de quebracho. En el
nombre del padre, del hijo y del espíritu santo, amen.
Terminó de orar y
se fue a quitar el poncho parroquial. Allí estaba su monaguillo, esperando para
tomarse el palo, escuchando la radio. El cura le preguntó: ¿Cuántos goles hizo?
El monaguillo le dijo: Acaba de hacer el cuarto.
Un niño bajó a
tomar la leche y le dijo a su madre: mamá, soñé que Messi hacía cuatro goles. A
la noche, la madre le dijo al marido: podés creer que nuestro hijo lo había
soñado.
Lo dijo a la
mañana. El partido había sido a la tarde.
Genial, muy creativo y bien narrado!!!
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