viernes, 1 de febrero de 2013

Tres




Bajó desde las carpas y se sentó a la orilla del mar en posición de meditación. Juntó los dedos y cerró los ojos. Era enero, Necochea. La playa estaba atestada de gente, pero él solamente escuchaba el silencio y veía luces de diferentes colores. Y entonces empezó a elevarse, es decir, a levitar.
Unas señoras comentaban el suceso con asombro. A otros todavía les pasaba desapercibido. Unos muchachos jugaban al fútbol y justo le vinieron a dar un pelotazo al buda. En la cara. Como si fuera un barco entre las olas, el cuerpo se inclinó hacia un costado y luego volvió a su posición lentamente. Ni siquiera abrió los ojos, pero le había quedado la pelota marcada en la jeta, con arena y todo. Aterrizó con cuidado, terminó de meditar y volvió a subir a las carpas. Su mujer le dijo: ¿Y ese pelotazo? El cuarto gol de Messi, dijo el hombre.
Nestor Almendro, párroco de la iglesia Santa Marilina, de Chaco, se arrodilló un sábado en el primer banco y juntando los puños se puso a orar. De su cuello colgaba un rosario y frente suyo estaba cristo clavado en una cruz de quebracho. En el nombre del padre, del hijo y del espíritu santo, amen.
Terminó de orar y se fue a quitar el poncho parroquial. Allí estaba su monaguillo, esperando para tomarse el palo, escuchando la radio. El cura le preguntó: ¿Cuántos goles hizo? El monaguillo le dijo: Acaba de hacer el cuarto.
Un niño bajó a tomar la leche y le dijo a su madre: mamá, soñé que Messi hacía cuatro goles. A la noche, la madre le dijo al marido: podés creer que nuestro hijo lo había soñado.
Lo dijo a la mañana. El partido había sido a la tarde.

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