lunes, 10 de septiembre de 2012

Poemas de Yadin





Cuando Israel Yadin vió que su padre lo llamaba con insistencia, se frenó y pensó qué hacer.

Cuando Israel Yadin vió el sufrir de los que imploran, decidió callar a los que callan.

Cuando Israel Yadin se levantó de la siesta, buscó un pan para hacerse grande.

Y el pan se hizo grande.

Y los que alguna vez hablaron, callaron.

E Israel dijo:

Si el hombre se hace grande, el hambre disminuye.

La luna era una sonrisa fina y a nivel. Y el aire lo estremecía.

Israel dijo que el hombre inteligente, es necesariamente más bueno que el incapaz:
No puede haber una persona mala que sea inteligente, dijo. Sería como afirmar que la inteligencia puede ser tonta.
Y dijo:
También debe ser ley: Si un hombre parece tonto, pero es bueno, es en verdad inteligente.


Cuando el hombre rescató del olvido aquel manuscrito de Yadin;
los que no leen, empezaron a decir que no había que leer.

Nadie leyó el manuscrito.

Nadie más volvió a leer.

Y el manuscrito, se leía a sí mismo:

Cuando Mihail Bervatov, el amante de Carmela de Paty, llegó al ápice de este pergamino, empezó a lamer y morder sus puntas como un roedor. Y Carmela, amante de los libros, solamente va a leer en la oscuridad las tenebrosas sombras de la muerte. Algo que está escrito en algún lado.

Decían los profetas:

Cuando éste manuscrito deje de leerse a sí mismo, ya no podrán decir que está escrito.

El manuscrito. El que se lee a sí mismo.
El pergamino devorado por los insectos.

Nadie más va a poder leerlo.

Y el mundo. Terminado,
muerto.

Cuando Yadin cerró el libro, se fue a sentar afuera y prendió un cigarro.
El sol lo dejó medio ciego: deja de leer.
Y camina por el blanco y la luz que encandila.
Había dejado el negro de la tinta, el profundo abismo de la nada.
Su cuerpo sintió el calor y el cansancio, porque araba la tierra.
Se quedó con lo único: Sólo sé que no sé nada.
Podó los árboles y cavó su propia tumba.
Hay que morirse lo antes posible, pensó.
Porque está escrito: Algún día todo vuelve a la oscuridad.
Un mito.
Que surge del hedor de la descomposición de los cuerpos,
el que conduce al entierro.

Israel había decidido facilitar la sepultura.

Alguien, hecharía la tierra.

«Para que haya un más allá», pensó Yadin.

Los que eran, y estaban, dijeron:

“Cuando algo está claro en la cabeza,
está claro en el papel”.

Israel dijo: ¿cómo puede haber algo claro?
Y dijo: Que algo sea claro es, a lo sumo, una presunción.

Ya está dicho: la máxima afirmación -confusa, paradójica, redundante-
es que no podemos saber nada cierto.
Y siguió cavando.

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