El deshielo en el aire, las piernas, los ojos que se
cierran, ver la otra vida. Si nos quitáran el aire. Si fueran más de lo que
somos. Si se fueran más de los que se fueron. Si no volvieran. Si los
olvidáramos por completo. Qué triste sería.
Pero si fuera homogéneo, si tuviéramos la gloria, el
éxito. ¿No sería la gloria del desprecio? Una especie de gloria religiosa y
sarcástica. También irónica, en tanto hueca, en tanto es lo contrario de lo que
dice, porque la alegría de vivir es máxima. Superior, sublime, alta,
subliminal, hiperbólica, biológica, desaforada, eufórica, peligrosa, muy
peligrosa. El adios al nomos.
En la antigua grecia se encontraron un filólogo y un
sofista. Ninguno de los dos abrió la boca. Un filósofo los ungía. Con el báculo
de Dionisos bateaba una piedra y la piedra caía en el lago. Se perdían en una
larga contemplación de la perfección del arco. En realidad, todos eran amigos
de la palabra, no hacía falta hablar.
La llegada de los bárbaros no sólo fue la de los
visigodos y demás en el imperio romano. Más todavía lo fue la irrupción de Roma
en el judaísmo ya helenizado. El contexto en donde nace el galileo fue una
especie de sumum filosófico, aunque atravesado por algo de recelo. El helenismo
respetó mucho más el culto judío y se nutrieron. El romano, avasalló y se
apoderó. El helenismo se fue desplazando poco a poco. Después, todo siguió
empeorando con el cristianismo. Bizancio los reunió a todos. Por suerte quedan
Platón y las escrituras, que nos hablan de historia.
La tradición en torno a Jesús es el camino. Hoy, no
tiene un solo seguidor.
En tiempos de Herodes Antipas, cuando Séforis era la
capital de Galilea, un griego hablaba a un grupo de constructores de esta
manera: si nos sacan la posibilidad de hacer estatuas, qué vamos a hacer de los
escultores. Llegó un hombre de Nazaret que tenía muchos seguidores y dijo:
hasta que no llegue Alub, dios va a seguir teniendo muchas caras.
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