Lo que uno del par no soluciona con
la razón, lo soluciona con el llanto;
mientras que la otra parte no
soluciona con el llanto
lo que tampoco soluciona con la
razón. Y viceversa.
Al final, nunca se soluciona algo.
En la balanza de la diosa justicia, a
veces,
un plato tiene el cerebro y el otro
el corazón,
y vienen a pesar exactamente lo
mismo.
Las cosas no tienen solución. Son como
la Biblia:
te digo pero no te digo, digo que hay
pero que no existe,
digo que muero pero que vivo; como el
yin y el yan.
Lo que es y no es, son la misma cosa.
La verdad es tan incierta como la
mentira.
La verdad no puede conocerse, en
cuanto su esencia
es poseer siempre a lo uno y a lo
opuesto.
Este es el gran dilema humano.
La perdición: que todo sea verdadero
y que a su vez nada lo sea.
Poder justificarse y al mismo tiempo
condenarse.
Conocerse y al mismo tiempo
ignorarse.
Creer en dios y al mismo tiempo tener
miedo a la muerte.
Es lo más insólito que podría
plantearse:
Tener fe en un dios absoluto,
perfecto; y temerle… o no tener fe.
De lo contrario, la muerte debería
ser la máxima alegría,
el máximo deseo.
“Que envidia, murió.”
Lo absurda que es la vida humana.
Y lo absurda que sería.
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