domingo, 10 de marzo de 2013

Una de las siete noches




Quieren vernos muertos. Hay una energía contra la que hay que luchar.
Van dejando rastros de humo. No se atreven a mirar.
El día que cerrando los ojos la descubro, intenta desviar mi atención en la divinidad.
Se ha dicho que el mal es ausencia de bien, y lo mismo valdría decir que el bien es ausencia de mal.
Yo dije una vez, en un cuento, hace mucho tiempo: si dios es absolutamente perfecto y por ende absolutamente justo, no podría evitar el libre albedrío. La vida es donde se nos da a conocer. Después, en base a lo que se conoció, simplemente se decide entre el ser y la nada. Se elije lo que nos parece belleza, lo que nos da alegría. Se elije la pasión y se elije el bien.
Fue hace mucho tiempo, ahora no sé qué tan de acuerdo estoy con esa teoría. Quizás ahora estoy más con la literatura de Job, a quién dios le pregunta: ¿Qué tengo yo que ver con tus males?
Los ascetas del hebrón alguna vez pensaron que cuanto uno más indaga el mal, menos lo comete, y va ascendiendo en su conocimiento en una forma similar a la del budismo.
Se dijo que atribuírle responsabilidad a dios, es como atribuírle manos, cara, pies.
Uno se pregunta, en el llanto y en la máxima angustia: ¿para qué nos sirve dios entonces?
Recémosle más bien a la alegría o a la lluvia, al sol, a Venus o a Jesús, al yo, al hombre. Al prójimo, que es lo mismo que el lejano.
Los griegos tenían muchos dioses. La cábala según Borges –con algo de Ireneo y algo de Sholem- tiene una cantidad de dioses que tiende al infinito. El más cercano posee una cantidad de divinidad que tiende a cero. Es torpe, por así decirlo, y es nuestro creador.
Si dios es perfecto, y motor de todo, realmente no tiene nada que ver con nosotros.
¿Por qué ya no creemos en dios?
Tanta imposibilidad, tanta incomprensión, tanta ingenuidad que todo, absolutamente todo, hasta dios y yo, es una sóla y misma cosa que lo quiere todo así. Usted lo quiere, yo lo quiero, dios lo quiere. No hay opuestos. Hay una sola cosa. La voluntad de Shopenhauer, tal vez; Berkeley, sin duda.
Por último, Borges cita a Bernard Shaw, que habría estado más o menos de acuerdo con el budismo y la filosofía de Hume: God is in the making. Dios se está haciendo.
Salí de la sala lleno de escrupulos. El teatro Coliseo era terrible. Inundado de fantasmas que desperdigaba la memoria del maestro. Arrastré los pasos hasta la escalera, vomité.

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