Una paloma gorda pasaba por enfrente.
Venía a escuchar, no a leer.
Hizo una misma pregunta tres veces:
Soy el que bebe, después tritura, y
después vuelve a beber. Soy el que no camina, camina, y después deja de
caminar. Soy el que no es, el que es, y el que deja de ser.
Alub dijo el hombre, y la paloma dijo
que el hombre estaba bien, que lo dejára en paz. Después dijo: No sos más que
un condenado al silencio. Hablás, pero nadie te escucha. Lo sabés, pero no
podés dejar de hablar. No necesitas, pero suplicas.
Entonces, Alub predicó su propia
justificación: Las duras ideas que me viven; las que desatan y desordenan lo
que estaba unido y era una sola cosa, un solo sentimiento; el corazón que no es
comprensible a la mente, uno lo entiende y se lamenta, pero no se conoce; y
menos lo conocen los demás.
La paloma dijo: Sos aquel que aleja a
las personas de su lado. ¿Cómo las querés entonces cerca?
¿No es Alub el que insinúa que las
semillas de cicuta son el mezcal y el mezcal, las semillas de cicuta?
Pero Alub engañaba a todos. Y su
doctrina murió en la nada. Se engañó a sí mismo, en tanto no sabía. Fracasó, dijo
que era la nada, y nunca lo fue.
Alub mismo dijo: La paloma encuentra
al gusano y se va.
Y dijo: El éxito de Jesús fue su
fracaso.
Borges insinuó que Jesús no quería
comprometerse, que por eso predicaba con parábolas. También sucede en Alub. En
vez de parábolas, usó palabrería.
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