domingo, 10 de marzo de 2013

Noticia de San Luis







“Cada vez que considero
que me tengo que morir,
tiendo una capa en el suelo
y no me harto de dormir”.

Una vez me preguntaron: Por qué Dostoievski. Recién hoy me doy cuenta por qué: amar al hombre como hombre, es un dolor, porque el dolor está hecho de pena y de felicidad. La realidad es constante alteración, por lo tanto, indefinible; y así todo, no se cansó de narrarla. Dostoievski amó al hombre y murió por ellos en la escritura, Jesús amó al hombre y murió por ellos en la cruz (según la escritura), yo amo al hombre y quise morir por ellos en San Luis. Me llamo Israel. Así le llamaban a Jacob, que no tiene absolutamente nada que ver conmigo. A lo sumo, deberían haberme llamado Job, o Jeremías.
Al igual que Borges, en algún momento de mi vida tuve insomnio. Creo que eso nos hace pensadores. Al parecer, él siguió pensando hasta los ochenta y seis años. Yo ya no pienso. Y tengo cuarenta y cuatro. Tampoco tengo insomnio. Pero cuando lo tuve, pensé, como tantos otros, o quizás todos, lo que significa estar vivo cuando uno quiere estar muerto, en tanto estar despierto es lo mismo que vivir, y estar muerto lo mismo que dormir. Vivir despierto, dormir muerto. Palabras, palabras, dice Hamlet a Polonio.
Releo los párrafos anteriores y considero que son pasmosos y soñolientos, absurdos aún en la abstracción, pero que quieren tener relación con lo que voy a contar, como asiento de sus vínculos con la muerte, y con Guayaquil, en El informe de Brodie, que así empieza.
Al final, no pasó nada (absolutamente nada, por eso lo cuento), pero de haber sucedido lo que buscaba, hubiera sido lo más importante que me podría haber pasado. Quizás después del nacimiento.
El amigo Maleza fue quien me presentó al doctor Mezcal. El doctor Mezcal fue el que me dijo que si iba a San Luis, encontraría la muerte, que me buscaba allí; que si la encontraba… la encontraría.
Poco importan las circunstancias, pero si no las dijera, en vez de narrador sería historiador, como Avellanos.
Maleza era entonces cónsul en la embajada de Irán. Viajaba seguido, por lo que no lo veía mucho, pero cuando nos citábamos, lo hacíamos con  suficiente tiempo para conversar. Nos unía la política y, según mi título afama, soy agregado cultural de la asociación hebrea argentina, si es que existe. Lo conocí en un Congreso en la Universidad de Berkeley. Maleza fue quien me contó –esto lo recordaría después de los hechos- la historia de Salomón y la muerte. No pocas veces me consultaba acerca de la cábala judía. No me hace falta aclarar, llegado a este punto, que el hombre no hacía caso al escepticismo o al positivismo.
Sucedió que Mezcal nos encontró casualmente en el café Val de Siberia, calle Chile y República de Siria (si es que se intersectan). Saludó a Maleza y luego Maleza nos presentó. Apenas terminada la formalidad, largó la frase. “Si va a San Luis encontrará la muerte.”
Luego quedó con Maleza para verse en el transcurso del mes (agosto), saludó y se fue.
Creo que no pregunté nada porque no tuve tiempo, pero quizás haya sido porque no había nada que preguntar.
No tenía compromisos en San Luis, pero le pedí a un conocido que me dejara ir a pasar unos días a su campo, en Nueva Galia. No creo que haga falta explicar el porqué. Además, no lo sé. Quizás fuera para demostrar que mi orgullo era correcto. Estar en lo correcto es siempre una cuestión de vida o muerte. Al menos me gusta pensar que era sólo eso, probablemente para alejar de mí la idea de que la vida no valga la pena. 
Como dije al principio, en San Luis no pasó absolutamente nada.
Al volver a Buenos Aires, encontré una nota de Ricardo Maleza de viaje en Indochina. Lo llamé. Dijo: “¡Es muy extraño, Israel!: Un hombre me frenó en la calle y me preguntó dónde estabas. Pensé que lo mejor era no darle ninguna información, así que le dije: Por qué me pregunta a mí, no lo conozco. El hombre dijo que todos éramos amigos del doctor Mezcal. Se estaba yendo cuando dijo, sin mirarme: le siège est fait. La idea no cambiaría de forma.”
Hoy, no sé si Mezcal mintió para salvarme o si en verdad buscaba que me quedara en Buenos Aires. Tampoco sé si se equivocó. Ni siquiera sé si se trató todo de una mentira nefasta, confabulada entre dos personas enfermas. Nunca indagué. De hecho, nunca más lo vi ni quise verlo. Tampoco volví a ver a Ricardo Maleza. Me había sepultado.

Resonancias

No sé lo que esa palabra pueda llegar a significar; lo de Mezcal me sonaba en la cabeza, pero también, por aquella época, tenía que hacerme una resonancia. Evidentemente, no dejaba de preguntarme qué hubiera pasado de haberme quedado en Buenos Aires en vez de haber ido a Nueva Galia. Primera resonancia. Algo parecido le pasaba a Jesús en la cruz: ¿Qué hubiera pasado de mantenerme lejos de Jerusalén? Antes o después de preguntarle a dios por qué lo había abandonado, lo tiene que haber pensado. Así lo vió Scorsese, y no tiene menos posibilidades de haber sido así que de cualquier otra forma (Jesús sabía que iba a morir, la pregunta es demasiado retórica, es otra posibilidad igual de viable). Porque está claro que lo del jardín con Magdalena es una imagen o una serie de imágenes, de lo que podría haber imaginado el nazareno, ¡ya dejen de decir que fue de Belén! Pero a la religión –al arte- no le importa un comino la coherencia o la historia. A veces. No siempre. Hay casos, como la École Biblique o la revista CBQ. La cosa es que si Jesús no subía la montaña, hubiera muerto igual; al igual que yo, que fui a San Luis y voy a morir igual. Porque hay una muerte para cada uno, y acecha. Pero si fuera así, me pregunto, ¿sería tan impensablemente torpe? Entonces, no sabía si era todo una mentira y me volcaba a la ciencia: La muerte es algo natural, o totalmente azaroso; Mezcal, un salame. Por qué no lo buscaba y lo apuraba con dos o tres preguntas, que no se necesita más para ser el padre Brown. No voy a admitir que tenía miedo, pero admito que es probable: en la inconsciencia, siempre es posible disfrazar la verdad: Si temía, no lo sabía.


Maleza conocía al señor Mezcal a raíz del mismo interés, la muerte, o la mística que hacen algunos hombres de la muerte.

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