Nos ponemos muy sensibles. ¿Y? Y una parte de nosotros
se opone al depresivo: Un frizo, un budín de humo. El recelo en persona. El saciable
filo en la garganta. El frío nebuloso de la mirada. Ayer, conté los días. Me
cubrí de los pasados. Para que no me golpearan. En cuatro días, veré qué hago.
El que no ha dado todo no ha dado nada.
Es inevitablemente cierto que la literatura –la
nuestra- es una extraña forma de psicología. La realidad, se hace carne después
de las conversaciones, los pétalos. A veces, se trata del cigarrillo o del
mate; otras veces, mirar por la ventana. Formas en que la mirada pasa del
teclado a la mano, para recordarnos que también esta el mundo.
La mano que tiene que estrujarlo todo, incluso los
billetes. El mundo mucho más aburrido, pero mucho más real. El mundo externo cuya
responsabilidad el interno no tiene. La justicia divina es la más tenebrosa que
hay. En la tierra, se la reclama. En las sesiones, se trata de conocerla. Se la
increpa, se la cuestiona, se la amenaza, se la desafía.
Ya fue dicho que dios, o los dioses, están dentro de
cada uno. El que los visita demasiado es declarado sensible, o tarado. ¿Qué se
hace con los que no viven para afuera?, ¿por qué el hombre rescata una sola
parte de lo enseñado? Jesús podría haber sido carpintero; Sidharta, príncipe.
Sócrates, instructor. Está claro, por otra parte, que, en la deprimente e
innegable lógica de la vida, si todos fueran como Jesús, o como Sidharta, o
como Sócrates, el mundo sería un caos. Pero al menos festejaron la diversidad,
nunca la condenaron; mientras que ellos fueron condenados. El que no ha dado
todo no ha dado nada.
Algún día vamos a servir en la realidad. De alguna
manera lo hacemos cada día. Galileo siempre habrá dicho: eppur, si muove (sin embargo, se mueve). Con la condena, se
tuvieron que callar, y hablaron más que cualquiera. Jesús tuvo el nuevo
testamento; Sócrates, la obra completa de Platón. Aunque nunca vayamos a ser
Jesús, ni nunca vayamos a ser Sócrates, ¿por qué está mal la intención de
imitarlos? Galileo abjuró de sus teorías ante la inquisición. Nunca dejó de
pensarlas. Eligió escucharse a sí mismo, aún cuando nadie más lo escuchára. Es
hacer lo mismo. El que no ha dado todo no ha dado nada.
Una parte de la literatura debería entenderse según la
ley de los manifiestos. Un reflejo más fiel que encuadrarla en el órden de las reflexiones,
los relatos, los poemas. Algo que le sucedió a Borges, que en varias
oportunidades definió su literatura como notas, o como borradores. Éste, no
deja de ser un manifiesto: la literatura experimental, siendo uno mismo (por
tanto todos) el objeto de estudio. Pero, la razón de los manifiestos no es más
que la justificación de las características que ese objeto supone. Siempre, en
los juicios, hay interés, por más inconcebible que sea. De esa forma, uno crea.
Un poco como la voluntad según la quiso ver Shopenhauer. Una defensa de la
existencia del objeto, el hombre. La quiso ver. Y bastó. El que no ha dado todo
no ha dado nada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario