Estuvo toda la mañana leyendo a
Milton, El paraíso perdido. Después
del almuerzo, estuvo leyendo a Milton. A la noche, seguía con Milton. Nunca
supo si fue dios o Milton el que le vino con lo de la profecía. Podría haber
sido cualquiera: ninguno tenía cara para él. Nunca había visto a dios, nunca
había visto un retrato de Milton.
Tampoco supo si soñaba o estaba
despierto. El aparecido citó a Arquíloco al empezar: “En la vida impera la
alternancia.” Estuvieron de acuerdo en que no existe lo absoluto ni las formas
platónicas.
Finalmente, el fantasma dijo que
ahora tenía que decidir entre los libros y el olvido, o la noche y la fama. Al
hombre se le empezaba a cerrar medio ojo. Pensó: la elección es conocida antes
por el cuerpo que por el verbo.
Con un poco de sorna o vanidad,
Borges dijo: La decisión ya fue tomada por Aquiles, no está en mí cambiarla. El
profeta dijo: Había que preguntar.
Ese año se agravó mucho la
ceguera. Era el 55 o el 56.
Más tarde, perdió la posibilidad
de leer; pero su memoria le enseñó a recordar.
En sus postrimeros años,
reconoció haber sido feliz; arrepentido de alguna vez haber dicho que no lo
había sido. Se volvió un poco insoportable con el tema de los tigres o los espejos,
pero se cumplió lo que había escrito: la noche y la fama.
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