domingo, 31 de marzo de 2013

El profeta que no deja ver


Estuvo toda la mañana leyendo a Milton, El paraíso perdido. Después del almuerzo, estuvo leyendo a Milton. A la noche, seguía con Milton. Nunca supo si fue dios o Milton el que le vino con lo de la profecía. Podría haber sido cualquiera: ninguno tenía cara para él. Nunca había visto a dios, nunca había visto un retrato de Milton.
Tampoco supo si soñaba o estaba despierto. El aparecido citó a Arquíloco al empezar: “En la vida impera la alternancia.” Estuvieron de acuerdo en que no existe lo absoluto ni las formas platónicas.
Finalmente, el fantasma dijo que ahora tenía que decidir entre los libros y el olvido, o la noche y la fama. Al hombre se le empezaba a cerrar medio ojo. Pensó: la elección es conocida antes por el cuerpo que por el verbo.
Con un poco de sorna o vanidad, Borges dijo: La decisión ya fue tomada por Aquiles, no está en mí cambiarla. El profeta dijo: Había que preguntar.
Ese año se agravó mucho la ceguera. Era el 55 o el 56.
Más tarde, perdió la posibilidad de leer; pero su memoria le enseñó a recordar.
En sus postrimeros años, reconoció haber sido feliz; arrepentido de alguna vez haber dicho que no lo había sido. Se volvió un poco insoportable con el tema de los tigres o los espejos, pero se cumplió lo que había escrito: la noche y la fama.

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